Acueductos o el orgullo de Roma
Mientras escucho la banda sonora de la oscarizada “Gladiator” de Hans Zimmer y Lisa Gerrard, los ecos desde el Coliseo me cuentan cómo los romanos mejoraron los inventos y perfeccionaron los sistemas de gestión y uso del agua desde el primer momento. De hecho, los romanos fueron la primera civilización “urbana” que se preocupó de la calidad de vida del ciudadano. Por ello, la URBIS ROMANA fue un modelo de eficiencia. ¿Por qué? O mejor dicho… ¿Cómo?
Porque el Estado invertía en infraestructuras, que dotaban a la ciudad romana de ciertos beneficios, y avances que ahora parece que son muy normales: el agua llegaba en abundancia por los acueductos, a los que luego nos referiremos, las calles se empedraban y tenían aceras, había pasos de peatones, en cuanto a la higiene, había sistema de alcantarillado y baños públicos, termas y abastecimiento de productos a los mercados.
Roma es la civilización del agua, cuya tecnología sobre captación, distribución y consumo de agua no tiene parangón hasta nuestros días. Por ello los acueductos fueron obras públicas y prioritarias para Roma, con altas dosis de ingeniería y arquitectura, eran la imagen de la avanzada civilización y vehículo propagandístico del emperador.
El agua romana
Pero para que este entorno urbano sea digno para vivir, existía un elemento fundamental que era totalmente necesario: El AGUA. Y esta se conseguía a través de los acueductos y mediante la acumulación en grandes cisternas. En los siglos I-II d.C. los acueductos se extendieron por todo el imperio, construyendo depósitos y albercas por todo el trayecto. El aqueductus (conducto de agua) fue una de las construcciones más importantes para los núcleos urbanos y rurales.
Tanto condicionaba el agua, que antes de construir la ciudad, debía de estar garantizado el abastecimiento de agua, y éste condicionaba la posición exacta de la ciudad. Así Plinio el Viejo indicaba en su Historia Natural, XXXI, 4, que “es el agua la que hace a la ciudad”.
Aún otro dato más era que el abastecimiento de agua de boca y en condiciones de salubridad, era una cuestión política. Se planificaban las obras hídricas antes que otras obras públicas necesarias también para la ciudad. Por lo que Vitrubio, manifestó en Los diez libros de arquitectura, “Tenemos la necesidad de encontrar agua en cantidad y calidad suficientes para facilitar el desarrollo de la ciudad, conducirla y distribuirla” (libro VIII).
Las primeras necesidades a abastecer fueron las termas y las fuentes, y luego casas privadas que pagaban por disponer de agua corriente. Ejemplos los encontramos en Pompeii y en Caesarea, donde disponían de suministro hídrico de forma continuada, y se construyeron bajo las casas, cisternas públicas y privadas excavadas en la roca. El suministro a los puntos de la ciudad donde se usaba el agua, era el objetivo al construir la red de abastecimiento, como: termas, ninfeos, fuentes, pozos y juegos de agua. Desde el castellum aquae terminal (depósito) y por gravedad se distribuía el líquido elemento hasta los distintos usos. Ejemplo de depósito fue la PISCINAE MIRABILIS en Miseno (Italia) con 12.600 m3 de almacenamiento con una gran bóveda sobre 48 pilares.
La ciudad de Roma
La Roma imperial tuvo 12 acueductos para abastecer un caudal de ni más ni menos que 13 m3/s (más de 1 millón m3/día) que si lo comparamos con el caudal de Madrid en el año 2018, según datos del Canal de Isabel II, de 0,543 millones de m3/día, pues supone más o menos el doble de la dotación de los madrileños. Y el desglose se dividía en: 11 termas (como las de Caracalla), 900 baños públicos, 18 ninfeos, 1.400 fuentes ornamentales, además de piscinas privadas. En la tabla siguiente vemos la comparativa entre la Roma imperial y el Madrid del siglo XXI, concretamente del año 2012.
Camino al Circo Máximo, muchos espectadores hacían una parada en las termas privadas de Suranae y Decinae, o las que construyó el emperador Caracalla, no tan grandes como las que construyó al norte el emperador Diocleciano, aunque podían acoger a unos 1.600 bañistas por turno, y unos 8.000 personas a lo largo del día.
Acueductos
Si nos detenemos en los acueductos hispanos, antes de regresar a la Roma imperial, sabemos que los acueductos de Segovia, Mérida y Tarragona abastecían a estas ciudades desde manantiales que se encontraban a más de 50 kilómetros de distancia. En concreto el acueducto de los Milagros, en Emerita Augusta (del siglo I d.C.), capital de Lusitania, tenía su “caput aquae” (captación de agua) en el Embalse de Proserpina, con una longitud de más de 15 kilómetros.
Si regresamos al país transalpino, el emperador Claudio mandó construir el AQUA CLAUDIA, el mayor acueducto de Roma (a mediados del siglo I d.C.) que llevaba el agua a los 14 distritos romanos, aunque el más antiguo data del año 312 a.C., denominado AQUA APPIA, mandado construir por el emperador Appio Claudio Cieco de 1,6 kilómetros de distancia desde el punto de toma. Otros de fecha similar son el AQUA ANIO VETUS, el AQUA MARCIA o el AQUA TEPULA, del siglo III a.C.
El impulso definitivo lo estableció el emperador Augusto y su yerno, Marco Agripa, el cual construyó el AQUA VIRGO, como según dice una leyenda, porque una doncella le indicó al militar donde se encontraba el agua más pura. Actualmente abastece a algunas fuentes ornamentales más bellas de Roma, entre ellas, la Fontana de Trevi. En la construcción empleó sus propios recursos mineros que gestionaba para realizar las tuberías de plomo. Desde Augusto, los emperadores eran donantes y mecenas en la financiación de infraestructuras hidráulicas, entre otras.
Otros acueductos son el debido al emperador Trajano, de unos 60 kilómetros de distancia (Aqua Traiana) o el último acueducto denominado, AQUA ALEJANDRINA, de 22 kilómetros en el año 226 d.C. y debido a Alejandro Severo.
La construcción de los acueductos era una labor muy costosa y era una obligación de las ciudades del imperio romano. Suponen el primer ejemplo de financiación o Participación Público-Privada (PPP) de la historia hace más de 2.000 años, en la gestión de un recurso básico para la población. Era una tarea de los gobiernos municipales y los ejecutaban los magistrados con dinero público y privado.
Cloacas romanas
Este apartado no menos interesante de la ingeniería romana fue el saneamiento. Y es que como hemos comentado, los romanos se preocuparon, de hecho fueron los primeros, por la calidad de vida de sus ciudadanos, y de la higiene (de ahí la existencia de baños públicos con agua fría y caliente, en muchos de ellos), por lo que consideraron esencial hacer una gestión de las aguas utilizadas o residuales en sus urbes. Y para ello, debían evacuar las aguas negras mediante una compleja red de cloacas (generalmente instaladas bajo las calzadas romanas) bajo el tejido urbano, considerada como una de las grandes obras de Ingeniería civil urbanas. En el libro “SPQR, una historia de la roma antigua”, Mary Beard, catedrática en la Universidad de Cambridge, nos indica que los escritores posteriores alabaron los logros romanos en la construcción de un desagüe tan importante como la CLOACA MÁXIMA o GRAN CLOACA, sin que se conozca lo que se conserva de esta famosa estructura del siglo VI a.C., aunque las secciones que se pueden explorar, nos indican que hay indicios que los primeros intentos de construir el sistema de drenaje sean anteriores, concretamente al siglo VII a.C.
A pesar de todo ello, fue tanto el beneficio para la población finalmente construida, que Plinio el Viejo, no dudó en considerarla en el primer lugar de las Maravillas de Roma, al ser nombrada, la 1ª OBRA PÚBLICA, por lo que la construcción de cloacas se exportó a tocas las ciudades del imperio romano de tamaño medio/grande. El mismo Plinio el Viejo consideró en su “Tratado de Historia Natural” que el buen estado de los acueductos y la red de cloacas motivaron la higiene por el baño y evitaron las epidemias de enfermedades, como ocurrió siglos más tarde.
Volviendo a los acueductos, para finalizar este apartado, hay que decir que las grandes arquerías y de costes gigantescos, como Segovia, Tarragona o Pont du Gard (en Nîmes, Francia) no resistirían un estudio económico de construcción y mantenimiento, comparado con las soluciones mediante tuberías, debido a que suponían el 12% de la totalidad de los acueductos (unos 508 kilómetros), aunque realmente la solución más espectacular. Por ello los acueductos fueron el máximo orgullo y seña de identidad del pueblo romano, y así lo manifestó Sexto Julio Frontino, senador y CURATOR AQUARUM (supervisor responsable de los acueductos) nombrado por el emperador Nerva, escribió un tratado llamado “De aquaeductu”, donde dejó de manifiesto “comparad si queréis las numerosas moles de las conducciones de agua, tan necesarias, con las ociosas pirámides o bien con las inútiles obras de los griegos”.
Hemos puesto de manifiesto que el imperio Romano fue el imperio del agua, la ciudad eterna donde el agua fluía por todos los rincones, donde cada ninfeo, cada fuente, cada terma o cada baño disponían del líquido elemento, con unas condiciones higiénicas que hicieron de Roma la capital del mayor imperio de la historia, hasta su caída en el siglo V d.C, aunque aún hoy, las obras de ingeniería romana siguen abasteciendo a fuentes ornamentales como la Fontana de Trevi, y dichas infraestructuras hidráulicas, aún seguirán dando mucho que hablar, o por los suicidios de los trabajadores de la Cloaca Máxima por la excesiva carga de trabajo (quizás el primer caso de mobbing en la historia) según contó Gayo Plinio Segundo (Plinio el Viejo), gran polímata y célebre por ser víctima de la erupción del Vesubio en el año 79 d.C, como nos cuenta Mary Beard en su excelente historia de la antigua Roma, SPQR, la cual recomiendo encarecidamente a todo amante de Roma y de su tiempo de gloria. “Después de 2000 años, la antigua Roma sigue siendo la base de la cultura y la política occidental, de lo que escribimos y de cómo vemos el mundo y nuestro lugar en él”, apostilla la catedrática británica de Clásicas.
Fuente:https://www.iagua.es/blogs/
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