Este libro analiza la importancia del sistema logístico y de abastecimiento en el éxito de las campañas militares emprendidas por Roma y en la defensa de su Imperio.
Superado en número por el
ejército al que asediaba y todavía en mayor inferioridad respecto al que
atacaba su posición, César logró un sonado triunfo en lo que se
presagiaba una pinza mortal para sus legiones. Esa línea defensiva en la
que se levantaron más de una veintena de fuertes y torres de hasta veinticinco
metros de altura fue una proeza. Algunos cálculos señalan que los soldados
romanos, además de —Vercingétorix había persuadido a sus aliados de
que quemaran sus víveres antes de permitir que los invasores se hicieran con
ellos— excavaron más de dos millones de metros cúbicos de tierra.La victoria
más grande y asombrosa de toda la carrera de se registró en el año 52
a.C., durante la conquista de la Galia. En la batalla de Alesia, el general
romano tramó una estrategia sin parangón en la historia militar. Para asediar
la ciudad en la que se había refugiado, el caudillo de los galos, ordenó a sus
legionarios construir un gigantesco muro de tierra, de casi veinticinco
kilómetros de largo, que cercase toda la plaza. Al mismo tiempo, enterado de
que una horda de doscientos mil bárbaros acudía al rescate de su líder, el
futuro dictador mandó erigir una segunda línea de fortificaciones encaradas al
exterior.
La organización y disciplina de las
legiones, dotadas de un avanzado equipamiento militar y mejor adiestradas,
explican muchas de las victorias del Imperio romano contra sus enemigos, pero resulta más complicado
comprender cómo pudieron mantener semejante esfuerzo bélico, alimentando y
transportando a cientos de miles de hombres, en todas las esquinas que abarcó
su inmenso territorio. El porqué de ese éxito se halla en la superior logística de su ejército, en la preparación de la guerra, como demuestra el
caso extremo de la batalla de Alesia, y no tanto en sus impenetrables
formaciones.
Esa es la hipótesis que defiende Víctor Sánchez Tarradellas, teniente coronel del Cuerpo General del Ejército de
Tierra y experto en logística militar —"ese arte sin gloria"—, en su
nuevo libro Las legiones en campaña (HRM Ediciones). "Los
romanos a menudo ganan las guerras porque, tras perder batallas y ver
aniquilados ejércitos enteros, pueden continuarlas hasta que su agotado enemigo
cae derrotado", analiza el autor en las pinceladas introductorias.
"Enfrentarse a los romanos era como hacerlo con la mítica hidra, siempre
había más cabezas que cortar".
Es decir, su poderío nunca habría sido el
mismo sin las líneas de abastecimiento que sostuvieron las campañas de
conquista y nutrieron a las guarniciones destinadas en los enclaves
fronterizos durante cinco siglos. A nivel logístico, el Imperio romano fue la
potencia más efectiva de la Antigüedad: a rebufo de los legionarios marchaban
agentes comerciales destinados a comprar provisiones y miles de animales de carga para transportarlas, así como todo el material pesado —tiendas,
artillería, piedras de afilar, etcétera—; construyeron carreteras y almacenes
de suministros, alquilaron embarcaciones en el caso de que fuese necesario
transportar los víveres por el agua...
El libro de Sánchez Tarradellas, que
se centra en el periodo comprendido entre la Primera Guerra Púnica y el año
313, cuando se acordaron importantes reformas bajo el reinado de Constantino I,
está dividido en tres partes. La primera analiza la organización y composición
de las legiones, formada cada una por unos 4.800 hombres, y su equipamiento
militar, desde su coraza corporal, la lorica, hasta el temido gladius, su mortífera
espada que adaptaron de un modelo
celtibérico presente en Hispania. También hay espacio en este capítulo para
abordar las máquinas de guerra, como la ballistae, diseñada para
lanzar proyectiles, y las bestias —fundamentalmente elefantes— empleadas por
los romanos en sus combates.
La
segunda parte, sin duda la más interesante y novedosa, arranca con una cita
de Vegecio, escritor del siglo IV, que aventura el tema a
tratar: "El hambre provoca más destrozos en un ejército que el enemigo
y es más terrible que la espada (...) El mayor y principal punto en
la guerra es asegurarse provisiones de sobra". ¿Cómo lo hacían los
romanos? Pues con un sistema logístico envidiable que mezclaba columnas de transporte de los víveres y todos los elementos necesarios para la
campaña, rutas de abastecimiento por tierra o mar y aprovisionamiento sobre el
terreno —saqueos, tributos, comercio—
Aquí,
el autor desgrana la alimentación del legionario en misión bélica: lo normal
era sobrevivir a base de cereales —el pilar de su dieta—, vino, aceite y
carne, preparados
por los propios soldados y consumidos a horas fijas y previo toque de trompeta. También era muy
importante la sal —del término latino salarium, cantidad
asignada a la tropa, deriva la palabra salario— y, obviamente, el agua,
que era conducida al campamento por porteadores desde ríos o pozos.
Unas tareas de avituallamiento que se volvían más arduas a medida que se
avanzaba en territorio hostil y desconocido.
Pero
sin duda, la mayor victoria del Imperio fue armar unas líneas de abastecimiento
que no siendo infalibles, eran lo mejor para aquella época. "Roma
desarrolla a partir de la Segunda Guerra Púnica un refinado sistema
de apoyo a sus ejércitos desplegados en lugares distantes", escribe
Sánchez Tarradellas. "El sistema se basa en la existencia de una serie de
bases de suministro en las que se acumulan y almacenan las provisiones. Y
en unas
líneas de comunicación por las que se transportan todos los recursos que requiere el ejército. El sistema se completa
con los trenes formados por los medios con los que el ejército es capaz de
mover su impedimenta y cierta capacidad de provisiones".
Otro
ejemplo extremo de la eficiencia romana se registró durante la conquista de
Dacia, la actual Rumanía, por Trajano a
principios del siglo II. El ejército romano estaba formado por unos 86.000
hombres que necesitarían diariamente unas 660 toneladas de víveres y 445.000
litros de agua. Unas cantidades desorbitadas y en una misión sobre un
territorio arrasado previamente por los defensores de Decébalo. Solo la previsión del emperador y sus oficiales
permitió disponer de suficientes recursos para asegurar el éxito de
la campaña. En la famosa Columna Trajana, en los foros de Roma, se tallaron
numerosas imágenes relacionadas con la logística.
En
la tercera y última parte del libro se abordan el valor (virtus) y la disciplina que debía tener un legionario, sus
recompensas y castigos, como la terrible decimatio, y su hogar
durante las campañas de conquista o defensa de las fronteras: los campamentos militares (castra), un testimonio histórico que ha sobrevivido dos mil
años y del que la arqueología está extrayendo valiosa información
para comprender mejor la asombrosa maquinaria bélica del Imperio romano.
Fuente:https://www.elespanol.com/