In memoriam Pedro Morales Cuenca.


En la localidad conquense de Torrejoncillo del Rey, fue descubierta en el año 1955, por D. Pedro Morales, una cavidad revelada en sueños, como un lugar donde encontraría un singular tesoro escondido en un palacio de cristal.

Tres meses de intensos trabajos dieron como resultado el hallazgo de una cavidad subterránea que resultó ser una mina romana de lapis specularis, de la que no quedaba ni el recuerdo.

En la actualidad, gracias a la intervención de la asociación arqueológica: Cien mil pasos alrededor de Segóbriga y la diputación provincial de Cuenca, se ha convertido en lugar de obligada visita tanto por su interés histórico como cultural.

Si deseas saber más sobre esta historia, accede mediante este link

https://moraencantada.blogspot.com/2011/04/historia-de-un-sueno.html


viernes, 26 de febrero de 2021

ESTAMOS LOCOS ESTOS ROMANOS

 

Estamos locos estos romanos

Hace más o menos un año y medio, tuve la suerte de hablar aquí de mi libro Somos romanos. En él, contaba la Roma que sigue viva en nuestro día a día, en nuestras costumbres, derechos y quehaceres; claves y detalles que pasan desapercibidos porque estamos muy acostumbrados a convivir con ellos. Son los árboles que no nos dejan ver el bosque. Se pueden contemplar las diferencias y las similitudes entre el apogeo de la civilización romana y nuestra época sin tener que visitar un yacimiento, simplemente andando por la ciudad, por cualquier ciudad. Esa Roma que encontramos en cualquier parte, en la calle, en los bares, en los calendarios o en las letras de canciones populares es menos académica y más entretenida, más popular que la de los museos, pero no es menos romana. No es la Roma de los césares, sino más la de la gente normal, como nosotros. Personas con sus problemas, sus deseos y sus vidas corrientes, con sus miedos y sus anhelos, a veces compartidos en un bar (termopolium) con amigos tomando unos chatos (cyathos).

El libro Somos romanos va ya por su tercera edición, y no puedo estar más satisfecho. Algún nuevo lector hay cada semana, en Twitter y en Instagram sobre todo, que me envía una foto de la portada comentando que acaba de comprar el libro y que va a comenzar a leerlo, o que lo acaba de terminar y se lo ha pasado bien leyéndolo. Es siempre un honor y una alegría tan grande la que se siente cuando un lector te dice algo así que no la puedo explicar con palabras. Cada sonrisa y cada curiosidad compartida es realmente un motivo de orgullo. Te da más fuerza y ganas para seguir escribiendo, y ya desde antes de que Somos romanos viera la luz había alguna otra historia que tenía ganas de contar: quería explicar a mis amigos lectores no sólo que somos muy romanos, vale, sino la historia de cómo llegamos a serlo. La mayor aventura de nuestra Historia antigua, prácticamente ignorada en la escuela y por tanto desconocida por casi todos nosotros… y eso que la mayoría de los derechos que hoy tenemos los tenemos porque hubo un día en el que nos cansamos de luchar tras doscientos años de guerras, colgamos la falcata y nos hicimos romanos. Ya puestos, más romanos que nadie.


Estamos locos estos romanos es precisamente la historia de cómo nos hicimos romanos. El título es un homenaje a Ásterix, por supuesto, en cuyas páginas leí latín por primera vez (Audaces fortuna iuvat) y supe de Roma, de Julio César y de las tribus irredentas. Con los años, los estudios y las lecturas, aprendí que la gran Guerra de las Galias había durado diez añotes, mientras que nuestras guerras con Roma habían durado en cambio doscientos años mal contados. Por eso Ásterix es genial, pero al fin y al cabo un personaje de ficción, y en cambio Numancia fue la auténtica vergüenza de los ejércitos de Roma durante veinte años. Veinte años que tardó el ejército más potente de la antigüedad en doblegar un pueblecito de Soria.

Pero nuestros abuelos no estaban sólo tras esas murallas numantinas, estaban también en las trincheras de enfrente. Los soldados de cada lado de la delgada línea roja se parecen más entre sí que a sus cómodos generales, que calentitos les señalan desde retaguardia por dónde avanzar. Por eso, a lo largo de esos doscientos años, los celtas, o íberos o quienes fuéramos los de un lado de la valla, terminamos hermanándonos y mezclándonos con los latinos de enfrente. Un buen día, nos dimos cuenta de que todos éramos igual de romanos. De hecho, también luchamos unos contra otros en guerras civiles romanas, y en seguida había hispanos tribunos e incluso cónsules de la República romana gobernando el mundo civilizado. Cien años después, en el Imperio habría emperadores e incluso dioses romanos de aquí a orilla, en Santiponce (Sevilla) nacidos de familias andaluzas, digo béticas, de pura cepa. Desde que los primeros Escipiones romanos pusieron pie en la “Costa Brava” hasta que Bizancio tuvo que abandonar Carthago Spartaria, empujada por los visigodos en el año 624, la presencia política de Roma en nuestra península duró diez siglos, asunto que, por cierto, tampoco nos enseñaron en la escuela. Tras ese milenio, los romanos no nos fuimos a ninguna parte. Nos quedamos y amoldamos a la Historia. Los anglos fundaron Inglaterra, los francos Francia, pero Hispania siempre fue Hispania, nunca fue Gothia. Perduramos. A pesar de todo y contra todo pronóstico.


Cuando era pequeño, en la tele y en el cine había un montón de películas, de un género ya un poco pasado de moda, que llamábamos “del oeste”. Había incluso series, desde El virginiano hasta La casa de la pradera, pasando por El ChaparralBonanza y alguna que me dejo en el tintero, que se arreglaban a emitir habiendo un solo canal. Todas estas series y los centenares de películas del oeste, de una manera u otra, explicaban hasta la saciedad la manera heroica en la que los norteamericanos llegaron a poblar la parte occidental de su territorio continental en la que aún (por poco tiempo, amigo) habitaban todavía nativos americanos. Cuando era pequeño, viendo tanta peli y jugando a indios y vaqueros con mi fuerte Comansi, pensaba que esa gesta era de las mayores de la Historia de la Humanidad, pobre de mí. Normalmente, en estas películas, si salían indios, estos eran los malos, salvajes, traicioneros y bandidos. Con el tiempo me di cuenta de que los norteamericanos no solo han acabado prácticamente con los antiguos habitantes de su país, sino que además han estado haciendo durante décadas películas en las que se glorifica hasta el máximo nivel de azúcar admitido en sangre el hacer realidad el título de El último mohicano, es decir, matar a todos los indios, ya que el mestizaje no es como muy sajón, y el mestizo en las pelis del oeste era directamente tratado de traidor, como todavía pasa en Avatar (James Cameron, 2009) que creo que es también un western.

El caso es que la conquista del oeste, la que mola, no fue esa. La buena fue la conquista de Hispania, la tierra más al oeste que existía hace 2.200 años; el fin del mundo. Nuestra península era allí donde sucedía la mitología: el jardín de las Hespérides, las luchas entre dioses y titanes, las columnas de Hércules, las islas de los afortunados, la Atlántida, El Dorado… Hispania estaba tan lejos y era tan desconocida que lo más extraordinario, lo más sorprendente, podía suceder precisamente aquí. Si la civilización romana antigua hubiera dispuesto del invento del cine, las películas del oeste habrían hablado de cómo los habitantes del Lacio combatieron con las tribus hispanas y conquistaron la última tierra, a veces acabando con los nativos y otras muchas veces mezclándose con las nativas. También tuvieron los romanos su fiebre del oro, sobre la que Las Médulas, en León, podrían contarnos bastantes historias, y aunque los romanos no tenían ferrocarril construyeron vías de piedra que unían nuestra piel de toro con el resto del universo mundo. Casualmente, dicen que todas las carreteras, que todos los caminos, llevaban a Roma. Si queremos hablar de lo romanos que somos, de lo primero que tenemos que hablar, creo, es de la conquista del oeste. Y hace dos mil doscientos años, el oeste éramos nosotros:

—Terribles tribus salvajes: íberos, celtas, lusitanos, indios del Atleti…

—Grandes llanuras… ¿habéis estado en la Mancha?

—Bisontes (vale, cuando llegaron los romanos ya no quedaban, pero en Altamira los hay hasta por el techo.

—Oro a raudales…

La auténtica conquista del oeste, la buena, fue la nuestra. En Estamos locos estos romanos se relata la historia de cómo los indios, es decir, nuestros bisabuelos íberos, celtas y celtíberos, se convirtieron en vaqueros. Es decir, de cómo los habitantes del “fin del mundo”, del Finis Terrae, se convirtieron en tribunos, cónsules, emperadores, escritores, filósofos y senadores de la más importante civilización antigua: Roma. Creo que es una aventura que merece ser conocida. 

RESUMEN DEL LIBRO

Estamos locos estos romanos trata sobre la manera en la que tras doscientos años de guerras continuas y salvajes, en las que nuestra piel de toro era algo así como el frente oriental en la Segunda Guerra Mundial, el lugar a donde los legionarios venían a morir, se convirtió de pronto en El Dorado, en el paraíso terrenal, en la tierra de promisión donde el mejor aceite de oliva, el mejor garum y el mismísimo oro corría por los sueños (y por los bolsillos) de los romanos, es decir, de nosotros.

Una historia en la que los hispanos se hicieron romanos y los romanos hispanos. Una lucha centenaria en la que el mestizaje marcó desde el principio de los tiempos lo que sería nuestra rica sangre hispana. De cómo el poder de la Metrópoli se convirtió en el poder de los hispanos, de cómo la historiografía anti-española ha querido borrar la importancia hispana en el devenir del imperio romano, etc..

Sí, Estamos locos estos romanos. Es verdad. Ave, amigo romano. 

ALGUNAS PREGUNTAS

—¿Quiénes éramos antes de ser romanos? ¿Eran las tribus de la Península tan salvajes como se nos ha contado?

—Antes de ser romanos éramos de todo un poco, desde griegos a íberos, muy civilizados para esa época, pero también éramos cántabros y astures. Un poco brutotes y montañeses. Lo que es curioso es que la ciudad de Cádiz se fundó más de 250 años antes que Roma. Cuando la guerra de Troya, más menos.

—Parte de nuestra Historia y de nuestro rico patrimonio permanece oculto bajo tierra esperando ver la luz. ¿De qué manera contribuye el conocimiento del patrimonio a la Historia y en qué medida su puesta en valor puede repercutir en la sociedad? 

—España es el tercer país en patrimonio, pero éste no representa ni el 3% de nuestro PIB. Siempre hablan de la España vaciada, pero España está llena de yacimientos arqueológicos, en el mejor de los casos a medio excavar. Cuando vemos que el turismo de cubata no funciona, nos quedará el turismo cultural, un turismo de calidad interior e internacional que también disfruta de la gastronomía y de otras bondades. El mayor negocio del futuro es la puesta en valor de nuestro Patrimonio, lo que nos hace distintos a otros destinos. No tengo ninguna duda.





Fuente: https://www.zendalibros.com/


lunes, 22 de febrero de 2021

APADRINA UNA MINA

 

Apadrina las minas de lapis specularis en pro de su protección y difusión

Sin aporte económico, solo hay que rellenar un formulario y adquirir el compromiso de cuidar, vigilar e informar de cualquier amenaza o incidencia al Instituto Geológico y Minero de España (IGME)

Además de su gran valor histórico, arqueológico y natural, están catalogadas como Lugar de Interés Geológico (LIG) y referenciadas como de muy alto valor científico y prioridad de protección

Mina Torrejoncillo del Rey

Espejuelo o espejillo en la mina de Torrejoncillo del Rey.

Además de su gran valor como patrimonio histórico, arqueológico y natural, las minas de lapis specularis de Cuenca están catalogadas por el Instituto Geológico y Minero de España (IGME) como LIG (Lugar de Interés Geológico), con la denominación TM120-Yacimientos de yeso especular en grandes cristales de la Depresión Intermedia (Cuenca de Loranca), y referenciadas como de muy alto valor científico (7,5) y con una prioridad de protección evaluada como “muy alta”. Para “demostrar el interés en custodiar” en estos yacimientos de la provincia y colaborar activamente en su protección y difusión, los vecinos pueden apadrinarlos de forma gratuita y muy sencilla, según explica Juan Carlos Guisado, arqueólogo del equipo de investigación LAPIS SPECULARIS. Minería Romana en Hispania que lleva más de 25 años inventariando, documentando, descubriendo, topografiando, difundiendo y haciendo recreación histórica sobre la minería del también conocido como espejuelo o espejillo.

Mina Saceda del Río

Interior de la mina roamana de Saceda del Río (Huete).

Para hacerlo solo tienen que rellenar un formulario con datos básicos en la página web del IGME, entidad que ha puesto en marcha este “programa gratuito de voluntariado, que busca la conservación y seguimiento del patrimonio geológico español” partiendo de la idea original puesta en marcha a finales del año 2011 por la Asociación Geología de Segovia. A través de un sencillo sistema de registro se puede apadrinar un lugar de interés geológico que, por su valor científico, didáctico, divulgativo o turístico, merezca la pena ser conservado. Sin tener que realizar ninguna aportación económica, los padrinos o madrinas adquieren un “compromiso mínimo” de cuidarlo y vigilarlo, es decir, de informar de cualquier amenaza o incidencia (anomalía, agresión, expolio de minerales o fósiles, etc.) visitándolo al menos con una periodicidad anual y respondiendo sobre su estado y condiciones entre el 1 de octubre y el 30 de noviembre. A cambio, recibirán asesoramiento para la presentación de alegaciones frente a estas posibles amenazas o incidencias, un diploma en reconocimiento a su dedicación y compromiso e información periódica sobre charlas, cursos y encuentros de intercambio de experiencias que se organicen.

Mina Torralba

Los cristales de la mina de Torralba alcanzan los 7 metros, algo que se puede ver en pocos lugares del mundo.

La ficha del IGME destaca que estos yacimientos de mineral de yeso especular macrocristalino, que en ocasiones superan el metro de longitud, se encuentran en acumulaciones irregulares a modo de grandes bolsadas rellenando cavidades kársticas formadas en los depósitos salinos (yesíferos), algo “muy poco frecuente, que los hace singulares”. Además, señala que “existen numerosas evidencias de laboreo minero” y de su aprovechamiento industrial por parte de los romanos como cristal de ventanas con “galerías mineras bien conservadas”. A esta importancia arqueológica y minera-industrial, suman el “interés naturalístico” por la diversidad de flora y fauna (hábitats y especies) asociados a los yesos y a las cavidades, teniendo en cuenta que están incluidos en la Zona de Especial Conservación de las estepas yesosas de la Alcarria conquense de la Red Natura 2000.

Gracias al trabajo del citado grupo de investigación se habilitaron varias minas para las visitas turísticas guiadas: ‘La Condenada’ en Osa de la Vega, las ‘Cuevas de Sanabrio’ en Saceda del Río (Huete), ‘La Mora Encantada’ en Torrejoncillo del Rey y ‘Pozolacueva’ en Torralba, aunque no todas están abiertas de forma continua, por distintas circunstancias (los interesados en visitarlas pueden informarse en www.minalacondenada.com, la Oficina de Turismo de Huete www.turismohuete.com y los ayuntamientos de Torrejoncillo del Rey y Torralba)

Mina Osa de la Vega

Mina La Condenada en Osa de la Vega. Foto: Asociación LAPIS SPECULARIS. Minería Romana en Hispania.



Fuente: http://alcarriaesmas.com/noticias.noticia.php?ID=1160

sábado, 20 de febrero de 2021

ANFITEATRO FLAVIO -COLISEO-

 




El nombre original del Coliseo, proveniente del latín, era Amphitheatrum Flavium (Anfiteatro Flavio), y se le dio por haber sido construido en el reinado de los emperadores de la dinastía Flavia, después del reinado del emperador Nerón. Curiosamente, este nombre no era exclusivo del Coliseo, ya que Vespasiano​y Tito, constructores del Coliseo, también edificaron un anfiteatro que lleva el mismo nombre en el municipio de Puteoli (nombre moderno Pozzuoli).​La denominación Anfiteatro Flavio todavía se utiliza hoy en día, pero la estructura es más conocida popularmente como Coliseo. En la antigüedad también es posible que los romanos se refirieran al Coliseo por el nombre no oficial Amphitheatrum Caesareum, aunque este nombre podría haber sido estrictamente poético.

El nombre con el que es conocido actualmente, Coliseo, se empezó a divulgar a partir del siglo VIII y se piensa que se debe a una gran estatua del emperador Nerón que había al lado del edificio, llamada popularmente el Coloso (Colossus).​ La estatua posiblemente fue derribada para reciclar el bronce; solo la base sobrevive, y está situada entre el anfiteatro y el templo de Venus y Roma.​

El originario nombre latino de Colosseum fue derivando, a la Edad Media, hacia Coliseum, palabra que ha dado el castellano Coliseo, que pasó a tener más aceptación que el de Anfiteatro Flavio. Como referente posterior para las grandes construcciones destinadas al espectáculo, se llaman también coliseos los grandes teatros y, en general, cualquier otro edificio notable.








En la antiguedad


En el 29 a. C. el cónsul romano Estatilio Tauro construyó un anfiteatro en el Campo de Marte, el primero de gran tamaño de la ciudad, con todas las instalaciones necesarias. Este edificio quedó destruido en el gran incendio de Roma del año 64, surgiendo la necesidad de un nuevo anfiteatro para la urbe romana.

El Coliseo fue un regalo del emperador Vespasiano al pueblo. Tenía el carácter público y de edificio civil donde se ofrecían espectáculos gratuitos de lucha entre gladiadores y fieras salvajes, escenificaban batallas mitológicas y se hacían simulacros de batallas navales. Eran espectáculos diurnos al aire libre. Cada espectador ocupaba el espacio según su categoría dentro de la sociedad romana: los asientos inferiores eran por el emperador y los senadores. Los peores lugares, arriba del todo, estaban reservados para los esclavos, los extranjeros y las mujeres.

El Coliseo simboliza y glorifica el emperador Vespasiano. Fue creado para dar una imagen benefactora y con una clara intención propagandística. Las obras del Coliseo empezaron bajo el mandato del emperador Vespasiano, entre 70 y 72 d. C,​ y finalizó el 80dc, durante el reinado del emperador Tito.​ El emplazamiento elegido era un llano entre las colinas de Celio, Esquilino y Palatino, a través del cual fluía una corriente canalizada. El emplazamiento donde se construyó el anfiteatro había sido devastado años atrás por el Gran incendio de Roma en 64 d. C., y aprovechando esta circunstancia, Nerón se apropió de gran parte del terreno para edificar su residencia: la grandiosa Domus Aurea. En ella ordenó construir una laguna artificial, la Stagnum Neronis, rodeada de jardines y pórticos. El ya existente acueducto de Aqua Claudia se amplió para que llegara hasta esa zona, y la gigantesca estatua de bronce conocida como el Coloso de Nerón se colocó al lado de la entrada de la Domus Aurea. De esta estatua recibe el anfiteatro el nombre de Coliseo.

El área se transformó durante el reinado de Vespasiano y sus sucesores. Aunque se conservó el Coloso, se derribó buena parte de la Domus Aurea. El lago se rellenó y la tierra sirvió como emplazamiento para el nuevo Anfiteatro Flavio. Se construyeron escuelas de gladiadores y otros edificios relacionados en los alrededores, donde anteriormente se encontraba la Domus Aurea. Según una inscripción reconstruida que se encontró en el lugar, «el emperador Vespasiano ordenó que este nuevo anfiteatro se erigiera usando su parte del botín como general». Esto puede referirse al gran tesoro que robaron los romanos tras su victoria en la primera guerra judeo-romana de 70 d. C. El Coliseo puede así ser interpretado como un gran monumento triunfal, siguiendo la tradición de celebrar las grandes victorias.​ La decisión de Vespasiano de construir el Coliseo en el emplazamiento del lago de Nerón puede verse como un gesto popular para devolver a la gente una parte de la ciudad de la que Nerón se había apropiado para uso exclusivo. Al contrario que muchos otros anfiteatros, que se hallaban a las afueras de la ciudad, como el Anfiteatro Castrense, el Coliseo se levantaba justo en el centro de la urbe, situándolo literal y simbólicamente en el corazón de Roma.

Entre los siglos V y VI se prohibieron las luchas de gladiadores y de animales salvajes, y en el siglo XIII, el Coliseo se convierte en fortaleza. El último espectáculo que albergó el Coliseo del que se tiene noticia es en el año 523 por orden del rey godo Teodorico. Posteriormente el anfiteatro fue abandonado, e incluso parte de sus piedras, como la de tantos otros edificios históricos de los Foros Imperiales, se utilizaron como canteras para otros edificios más modernos. Fue solo a finales del siglo XIX cuando se excavó la estructura bajo la arena, y volvió a ser símbolo de la gloria de Roma.

El Coliseo albergó espectáculos como las venationes (peleas de animales) o los noxii (ejecuciones de prisioneros por animales), así como las munera: peleas de gladiadores. Se calcula que en estos juegos murieron unas 200 000 personas.​ Asimismo, se celebraban naumachiae, espectaculares batallas navales que requerían inundar la arena de agua. Es probable que fueran en los primeros años, antes de construirse los sótanos bajo la arena. El Coliseo poseía un avanzado sistema de canalización de agua que permitía llenar y vaciar rápidamente el piso inferior.

Se desconoce la identidad del arquitecto del edificio, como ocurría en general con la mayoría de las obras romanas: las edificaciones públicas se erigían para mayor gloria de los emperadores. A lo largo de los años se han barajado los nombres de Rabirio, Severo, Gaudencio o incluso Apolodoro de Damasco, aunque se sabe que este último llegó a Roma en el año 105.

Cuando Vespasiano murió en 79, el Coliseo ya estaba completo hasta el tercer piso. Su hijo Tito terminó el nivel superior e inauguró el edificio en 80. Dión Casio dice que se mató a más de 9000 animales salvajes durante los juegos inaugurales del anfiteatro. Más adelante se remodeló el edificio bajo el mandato del hijo pequeño de Vespasiano, el recientemente nombrado emperador Domiciano, quien construyó el hipogeo, túneles subterráneos que se usaban para alojar animales y esclavos. También añadió una galería en la parte superior del Coliseo para aumentar su aforo.

En 217, el Coliseo fue gravemente dañado por un gran incendio (causado por una tormenta eléctrica, según Dión Casio)​ que destruyó el suelo de madera en el interior del anfiteatro. No se reparó del todo hasta 240 y se siguió remodelando en 250 o 252, y de nuevo en el año 320. Una inscripción recoge que varias partes del Coliseo fueron restauradas por Teodosio II y Valentiniano III (que reinaron de 425 a 450), posiblemente para reparar los daños que causó un terremoto en 443; las obras prosiguieron en 484 y 508. La arena se seguía usando para competiciones hasta bien entrado el siglo VI, registrándose la última pelea de gladiadores de la historia cerca del 435. La caza de animales continuó por lo menos hasta el año 523.





En la edad media


El Coliseo experimentó grandes cambios en su uso durante el periodo medieval. A finales del siglo VI se construyó una pequeña iglesia dentro de la estructura del anfiteatro, aunque aparentemente no le dio un significado religioso al edificio entero. La arena se transformó en un cementerio. Los numerosos espacios entre las arcadas y bajo los asientos se convirtieron en fábricas y refugios, y según las fuentes se alquilaron hasta el siglo XII.

Durante el papado de Gregorio Magno, muchos de los monumentos antiguos pasaron a manos de la Iglesia, que era la única autoridad efectiva. Sin embargo, carecía de recursos para mantenerlos, por lo que cayeron en el abandono y el expolio. En la Edad Media, la decadencia de la ciudad afectó a todos los monumentos imperiales. Los terremotos de 801 y 847 provocaron grandes destrozos en un edificio prácticamente abandonado en las afueras de la ciudad medieval.​

Cuando en 1084 el papa Gregorio VII fue expulsado de la ciudad, muchos monumentos pasaron a manos de familias nobles romanas, que los usaron como fortalezas. Alrededor de 1200 la familia Frangipani se apropió del Coliseo y lo fortificó, usándolo de forma parecida a un castillo y convirtiéndolo en su área de influencia. El Coliseo fue cambiando de manos hasta 1312, en que volvió a la Iglesia.

El gran terremoto de 1349 dañó severamente la estructura del Coliseo, haciendo que el lado externo sur se derrumbase. Muchas de esas piedras desprendidas fueron recuperadas para construir palacios, iglesias (incluidos edificios de la Ciudad del Vaticano), hospitales y otros edificios en toda Roma. Una orden religiosa se asentó en el tercio norte del Coliseo y siguió habitándolo hasta principios del siglo XIX. La piedra del interior del anfiteatro fue picada en exceso, para reutilizarla en otra parte o (en caso de la fachada de mármol) quemarla para obtener cal viva.​ Las abrazaderas de bronce que sostenían la mampostería fueron arrancadas de las paredes, dejando numerosas marcas. Aún hoy pueden observarse dichas cicatrices en el edificio.​





En la Edad Moderna


A lo largo de los siglos XV y XVI, el travertino que lo recubría fue arrancado para emplearlo en otras construcciones, por ejemplo, el Palacio Barberini y el Puerto de Ripetta. Un conocido dicho latino reza Quod non fecerunt Barbari, fecerunt Barberini (lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini). También se utilizó para quemarlo y obtener cal. El expolio de piedras continuó hasta 1749, en que Benedicto XIV consagró el monumento como lugar santo en memoria de los mártires allí ejecutados (si bien se cree que la mayoría de estos fueron martirizados en el Circo Máximo).​

Durante el siglo XVI y XVII, funcionarios de la Iglesia buscaron un papel productivo para el casco en ruinas del gran Coliseo. El papa Sixto V (1585-1590) previó convertir el edificio en una fábrica de lana para emplear a las prostitutas de Roma, aunque esta propuesta fracasó debido a su muerte prematura. El siglo XIX, en cambio, comenzaron una serie de obras para estabilizar muchos monumentos antiguos. El 1820 se terminaron varios contrafuertes, restauración llevada a cabo por orden de Pío VII, que son claramente distinguibles hoy en día, y sin los cuales el edificio probablemente se habría derrumbado. Durante todo el siglo se sucedieron obras de consolidación y mejora, en un proceso que aún continúa.

Junto al Coliseo se encontraba la Meta Sudans, construida por el emperador Domiciano entre el 89 y el 96 ; era una fuente monumental de forma cónica con una altura de 17 metros y rodeada de agua. Su función era señalar la intersección de los cuatro distritos de la ciudad. En el año 1936 Mussolini la mandó demoler por «molestar» por la creación de la Via dei Fori Imperiali.​ Una de las últimas barbaridades que sufrió el Coliseo fue ser objeto de simbolizar el borrador de la historia de Italia por parte de los militares; la parte del edificio que falta en la primera foto fue una bomba caída en el mismo durante la Segunda Guerra Mundial.






En el presente


El Coliseo es sin duda uno de los grandes atractivos turísticos de Roma. Ha sido llevado al cine en múltiples ocasiones, destacando sobre todo la reconstrucción digital mostrada en la película Gladiator.

En 1980, la Unesco declaró el centro histórico de Roma, incluido el Coliseo, Patrimonio de la Humanidad.​ Desde 2000, las autoridades mantienen el edificio iluminado durante 48 horas cada vez que en algún lugar del mundo se le conmuta o aplaza una sentencia de muerte a un condenado.

Este monumento de la Roma Clásica ha sido designado una de Las Nuevas Siete Maravillas del Mundo Moderno, según la designación honorífica realizada en Lisboa el 7 de julio de 2007​, en el marco del concurso New 7 Wonders, organizado por el suizo Bernard Weber, del cual la Unesco se ha desmarcado completamente.

El Coliseo fue desalojado, pero el 7 de agosto de 2011 por una alarma de bomba, que resultó inexistente. Una llamada telefónica había informado que había una lata con cables colgando. Según el alcalde de Roma, «Tenía algo de trementina, una batería y dos cables, pero ningún material explosivo».​

En el verano de 2016 culminó una trabajosa tarea de limpieza del exterior del edificio, la primera de tipo integral que se le ha realizado en toda su historia; un proceso iniciado casi tres años antes. Financiada por la firma de calzados Tod's, la restauración consistió en el lavado de superficies mediante agua pulverizada (respetando la pátina de piedra y mármoles) y en la sustitución de estucados no idóneos. A este trabajo, con un presupuesto de 10 millones de euros, seguirá la restauración del interior del Coliseo y una modernización de los servicios al visitante, gracias a otra partida de 15 millones.



Arquitectura


El Anfiteatro Flavio es un enorme edificio ovalado de 189 metros de largo, 156 de ancho y 48 de altura, con un perímetro elíptico de 524 metros. La organización de la obra se ejecutó con varios turnos de trabajadores durante el día y se llevó a cabo con elementos prefabricados que permitieron una construcción modular. Por este motivo se dice que este edificio ha sido un modelo para los recintos deportivos modernos, ya que tiene un diseño ingenioso y aporta soluciones a problemas actuales.


El edificio se basa en una construcción arquitrabada y rodeada a los tres primeros pisos que lo conforman. Se puede apreciar la utilización de la arquitectura típica de los romanos, con arcos de medio punto sobre unos pilares gruesos que también sostienen columnas adosadas de tipo decorativo. Los pilares aguantan los arquitrabes, los frisos y cornisas que fijan el límite de cada uno de los tres primeros pisos.​

En el interior del edificio está el gran tesoro del Coliseo: la grada (o cávea) no aprovecha los desniveles del terreno, sino que se levanta sobre muchas vueltas superpuestas, apoyadas sobre pilastras de travertino. El corazón del edificio, gracias a ello, está lleno de kilómetros de pasillos abovedados y de escaleras: es una obra pensada para garantizar el movimiento fluido de mucha gente. En su configuración se usó la bóveda de cañón y la bóveda de arista, más compleja.

La fachada se erige sobre un estilóbato sobre el que se levantan cuatro pisos. El primer piso, de 80 arcadas, es de orden dórico toscano y refleja robustez y virilidad; el segundo piso es de orden jónico y se compone de base, fuste más esbelto que el dórico y un capitel de volutas; el tercer piso es de orden compuesto, con el capitel con hojas de acanto. El cuarto piso, el último, presenta un ático macizo, decorado con lesenes de estilo corintio. Este nivel hacía varias funciones: aumentaba la cabida, proporcionaba más obra en el interior y mejoraba el efecto visual. En este piso había 240 palos de madera que servían para aguantar las astas a las que se fijaba un toldo inmenso.​

En el interior, los intercolumnios del segundo y tercer piso, había estatuas; los pasillos de la grada, relieves de mármol y de estuco.

La grada rodea la arena y bajo esta hay un subsuelo para agilizar el espectáculo. Las fieras eran conducidas a la arena con ascensor y también había pasillos y escaleras y una estudiada distribución de habitaciones y cuartos; además, se instaló un sistema de conducción de agua para transformar la arena en una gran piscina para las naumaquias.​


La estructura


El Coliseo romano fue quizás la obra más grandiosa de la arquitectura romana, y en él se utilizaron las más variadas técnicas de construcción. Las pilastras y los arcos son de travertino colocado sin argamasa. En las partes inferiores y en los sótanos se empleó la toba del mismo modo. Muchos de estos sillares iban sujetos con grapas metálicas. Las bóvedas que sostienen la cávea se hicieron vertiendo argamasa de cemento directamente sobre cimbras de madera, una innovación que aligeraba la fábrica​

El hecho de que el edificio se ubicase sobre una laguna obligó a excavar hasta 14 metros de limos inservibles y realizar una cimentación de casi 13 metros de opus cementicium (hiladas de argamasa de cal y piedras alternadas).






La arena y el hipogeo


El terreno de juego propiamente dicho era un óvalo de 75 por 44 metros, y en realidad era una plataforma construida en madera y cubierta de arena. Todo el subsuelo era un complejo de túneles y mazmorras (el hipogeo) en el que se alojaba a los gladiadores, a los condenados y a los animales. El suelo disponía de varias trampillas y montacargas que comunicaban con el sótano y que podían ser usadas durante el espectáculo.​

El plano de la arena tenía un completo sistema de drenaje, conectado a cuatro imponentes cloacas. Se ha sugerido que obedecen a la necesidad de evacuar el agua tras los espectáculos navales. Sin embargo, parece ser que ya Domiciano, abandonando la idea de la naumaquia, pavimentó las cloacas y colocó en la arena los montacargas para los combates de gladiadores. La cubierta de madera ya no se conserva, con lo que todo el laberinto subterráneo permanece hoy al aire libre.


La cávea


El amplio graderío interior estaba diferenciado en gradus, pisos reservados para las diferentes clases sociales:​

  • En el podium, el primero de ellos, se sentaban los romanos más ilustres: senadores, magistrados, sacerdotes y quizá las vestales. En ambos extremos del eje menor había sendos palcos: la tribuna imperial (pulvinar) y otra reservada para el magistrado que en ocasiones presidía los juegos. Dado que este piso era el más próximo a las fieras, había una red metálica de protección y arqueros apostados regularmente.
  • El maenianum primum, para los aristócratas que no pertenecían al senado,
  • El maenianum secundum, dividido en el imum para los ciudadanos ricos y el summum para los pobres.
  • En lo más alto estaba el maenianum summum in ligneis, hecho de madera, probablemente sin asientos y reservado para mujeres pobres.

Además, algunos órdenes sociales, como los tribunos, sacerdotes o la milicia, tenían sectores reservados.

El acceso desde los pasillos hasta las gradas se producía a través de los vomitorios, llamados así porque permitían salir una enorme cantidad de gente en poco tiempo. Estaban tan bien diseñados que los 50 000 espectadores podían ser evacuados en poco más de treinta minutos.


La fachada


La fachada se articula en cuatro órdenes, cuyas alturas no se corresponden con los pisos interiores. Los tres órdenes inferiores los forman 80 arcos sobre pilastras y con semicolumnas adosadas que soportan un entablamento puramente decorativo. El cuarto lo forma una pared ciega, con pilastras adosadas y ventanas en uno de cada dos vanos.

Los órdenes de cada piso son sucesivamente toscano, jónico y corintio. El último piso tiene un estilo indefinido que fue catalogado en el siglo XVI como compuesto. Era corriente superponer estilos diferentes en pisos sucesivos, pero no era habitual hacer edificios con cuatro órdenes superpuestos. Las comunicaciones entre cada piso se realizaban a través de escaleras y galerías concéntricas. El emperador tenía una entrada principal en la parte norte para él y su familia, y las otras tres entradas axiales eran para los cónsules.​

El cubrimiento de los muros se realizó con estuco, aunque actualmente se encuentran a la vista los bloques de travertino colocados en hiladas y unidos con juntas de mortero y sujetos con grapas de plomo y bronce ; en la zona superior del último piso se aprecian materiales más ligeros como el ladrillo.




El velario


El Coliseo contaba con una cubierta de tela desplegable accionada mediante poleas. Esta cubierta, hecha primero con tela de vela y luego sustituida por lino (más ligero), se apoyaba en un entramado de cuerdas del que poco se sabe. Cada sector de tela podía moverse por separado de los de alrededor y era accionado por un destacamento de marineros de la flota romana.

En la parte superior de la fachada se han identificado los huecos en los que se colocaban los 250 mástiles de madera que soportaban los cables. Al parecer las cuerdas se anclaban en el suelo, pues de otro modo los mástiles soportarían demasiado peso. A tal efecto había un anillo concéntrico de piedras o cipos situados a 18 metros de la fachada en la explanada exterior, y que también permitían controlar el público para evitar aglomeraciones. La franja entre la fachada y los cipos estaba pavimentada con travertino.​


Fuente: Wikipedia






jueves, 18 de febrero de 2021

LA PESTE ANTONIANA- UNA AVISO DEL PASADO-

 



La época de la peste antoniana ofrece un recordatorio de lo poderosa que ha sido la naturaleza a lo largo de la historia de la humanidad.


Peste Antonina


Fue un hijo del privilegio convertido en demagogo, un hombre que desdibujó los límites de la política y el espectáculo, y pareció creerse una divinidad para la cual no aplicaban las reglas mortales.

Su mandato convulso duró más de lo que nadie esperaba.

Emperador Cómodo


Entonces llegó una peste que pareció un sórdido reflejo de la arrogancia e ineptitud del gobernante.

La enfermedad reveló y amplificó las tensiones sociales que se habían enconado bajo la superficie y trajo consigo rumores de guerra civil.

El pueblo no pudo más y, por fin, el pusilánime Senado dio esperanzadoras muestras de coraje.

Tras la desaparición del canalla, el poder le fue conferido a un senador de alto rango cuyo respeto por la decencia había llegado a parecer la virtud más tranquilizadora.

El barco del Estado pasaba a un timonel de manos seguras.

Me refiero, por supuesto, al emperador romano Cómodo y a su sucesor Pertinax.


Pertinax

Cómodo, hijo del emperador Marco Aurelio, gobernó como emperador único durante doce años (180-192 d. C.), y su reinado se vio empañado por un escándalo permanente.

El emperador tenía un inquietante desprecio por el decoro tradicional. Para el deleite de algunos y la consternación de muchos, Cómodo mismo participaba en los espectáculos de gladiadores.

Solo podemos imaginar lo que habría hecho de haber tenido Twitter.

Así fue como, cuando una peste despiadada reapareció con tremenda ferocidad —en su momento de mayor intensidad, se decía que había matado hasta 2000 romanos al día—, las tensiones se acentuaron.

En palabras de un senador contemporáneo, el propio Cómodo era una maldición peor que cualquier plaga.

El emperador indecoroso acabó estrangulado en su baño por un luchador, Narciso, quien siguió las órdenes de un grupo de conspiradores.

Establecer paralelismos entre nosotros y los romanos es una de las actividades favoritas de los aficionados a la historia, aunque a los historiadores profesionales nos puede parecer un poco burdo recurrir a nuestra formación para tratar a Roma como un espejo de nuestra propia época.

Sin embargo, estos paralelismos también tienen un lado serio: la manera en que entendemos el pasado influye de modo inevitable en cómo entendemos el presente.

Lo que podemos aprender al reflexionar sobre este capítulo de la antigua Roma es que, más que un ejemplo a seguir o un conjunto de soluciones a la medida para nuestras propias crisis, se trata de una sensibilidad diferente, una conciencia de la poderosa fuerza que ha sido la naturaleza a lo largo de la historia de la humanidad.

Resulta inevitable llevar nuestras propias ansiedades y sensibilidades al estudio del pasado.

También incorporamos nuevas herramientas y técnicas que nos ayudan a darle sentido.

El resultado es que incluso las páginas más revisadas de la historia nos siguen diciendo cosas que no esperábamos.

Hoy nos preocupa, y con justa razón, que nuestras imprudencias ecológicas tengan repercusiones y eso nos sensibiliza para percibir dimensiones de la historia que antes pasamos por alto o dejamos de lado con demasiada prisa.

La peste del mandato de Cómodo formó parte de una pandemia conocida como la “peste antonina”.

Apareció por primera vez durante el reinado del padre de Cómodo, Marco Aurelio.

No era la peste, en el sentido de la peste bubónica, una enfermedad sin duda espantosa que apareció en las últimas etapas de la historia romana.

No se sabe a ciencia cierta qué microbio ocasionó la peste antonina, aunque la mayoría de los especialistas creen que el culpable más probable es un ancestro del virus de la viruela.

La peste antonina es un ejemplo de una lección más extensa que se pone de manifiesto en el estudio de las enfermedades humanas: muchos de los microbios más despiadados de la historia de la humanidad no son muy antiguos.

Surgieron y evolucionaron en escalas de tiempo humanas, en los últimos milenios y siglos, y en respuesta a las oportunidades que les presentamos sin darnos cuenta.

Una segunda lección es que la salud humana y la salud animal son inseparables.

Nuestra relación con el medioambiente repercute en nosotros, en ocasiones con una fuerza destructiva.

El virus de la viruela tiene una antigüedad de menos de 2000 años.

La peste antonina bien puede representar una etapa temprana de su evolución como patógeno humano. C

omo muchos virus, el agente de la viruela pertenece a una familia cuyos variados representantes infectan a pequeños mamíferos, como los roedores.

A medida que las sociedades humanas se expanden y están más interconectadas, colisionamos con los animales y sus enfermedades.

En todo momento, la evolución experimenta con adaptaciones a nuevos huéspedes y algunos de estos experimentos, por desgracia, resultan exitosos.

La peste antonina fue un experimento de este tipo.

Incluso sin entender la microbiología de la enfermedad, los romanos sabían que la peste antonina había venido de fuera, que era algo nuevo que había aparecido con una furia terrible.

Creyeron que la peste se había desatado entre sus propios soldados en campaña allende las fronteras romanas, dentro de lo que hoy es Irak.

Lo más probable es que el germen se extendiera a lo largo de las bulliciosas rutas comerciales que conectaban a casi todo el Viejo Mundo.

Los romanos mantenían un intenso comercio con África Oriental, el Cercano Oriente, India y China.

Mapa de comercio en la antigua Roma


Resulta que el primer contacto directo documentado entre Roma y China se produjo el mismo año en que estalló la peste antonina en tiempos de Marco Aurelio.

Aunque no se compara en nada con nuestro mundo “plano”, los romanos vivieron una de las fases más importantes de la larga historia de la globalización.

Entonces, como ahora, la exposición a las enfermedades fue una de sus consecuencias imprevistas.

La peste antonina podría haber sido una de las primeras “pandemias” de la historia, si por ese término entendemos un brote explosivo de enfermedades a escala intercontinental.

Vivir una pandemia no solo nos hace ver diferentes capas del pasado, sino que también puede inspirarnos a escuchar nuestras fuentes antiguas con más empatía.

Por ejemplo, la COVID-19 ha hecho que la importancia psicológica de las cifras de las muertes diarias en nuestros textos antiguos ―como la de 2000 fallecimientos al día en Roma en la época de Cómodo― sea mucho más real y vívida que antes.

Las descripciones de los cadáveres arrojados con prisa a las fosas, los muertos privados de los rituales sagrados que se observaban con tanto cuidado en tiempos ordinarios, antes nos parecían una hipérbole.

Mucho después de que la COVID-19 haya terminado, es probable que perduren estos traumas íntimos: de seres queridos que mueren en angustiosa soledad, de ritos respetables negados o aplazados.

Se desconoce y es imposible saber cuál fue el número final de víctimas de la peste antonina y aproximaciones respetables oscilan entre el 2 y el 25 por ciento de la población.

Me he aventurado a hacer un cálculo que va de los siete a los diez millones de personas, de un imperio compuesto por unos 70 millones de almas.

Sin embargo, una de las paradojas más difíciles de aceptar es que la peste antonina fue tanto un síntoma del éxito del imperio como de sus pecados o tensiones.

Roma fue golpeada en su cúspide de poder y prosperidad, precisamente porque ese poder y esa prosperidad habían hecho más probable, en términos ecológicos, que apareciera y se diseminara un desafío microbiológico de esa magnitud.


Peste Antonina, el virus del siglo II DC

Como resultado de la peste, el arco del crecimiento de Roma se terminó de manera abrupta.

Roma perdió su margen de dominio militar y nunca lo recuperó del todo.

Sin embargo, los romanos eran resilientes y nosotros tendremos suerte si nuestro país perdura tanto tiempo como los romanos después de esta afectación mortal.

Rememorar el rol de la naturaleza en la historia de Roma nos recuerda que nosotros también somos frágiles desde el punto de vista ecológico y que no controlamos del todo el destino de nuestra sociedad.

La conciencia de nuestra fragilidad no debe hacernos fatalistas.

Al contrario, debería inspirarnos a ser menos complacientes. Incluso con todas las herramientas de la ciencia biológica moderna, no podríamos haber predicho con exactitud cuándo y dónde surgiría una nueva pandemia.

No obstante, se nos advirtió, e hicimos oídos sordos a esas advertencias, en parte porque contamos historias sobre nosotros mismos que implican que nos hemos liberado de la naturaleza, que somos inmunes a los patrones del pasado.

La función de la historia es humanista. Su propósito es ayudarnos a ver esos patrones y a tomarlos en serio porque son humanos.

La historia es poderosa porque podemos identificarnos con las esperanzas, las locuras y las penas de quienes nos han precedido.

Al reconocer los límites de su poder frente a la naturaleza, también podemos reconocer los nuestros. Es una lección que haríamos bien atender.

La peste antonina no fue la última pandemia letal a la que se enfrentaron los romanos. Y la COVID-19 no será la nuestra.


Fuente: https://www.clarin.com/


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