Asimismo, cántabros y astures pusieron en grandes aprietos a las legiones romanas, que a finales del siglo I a.C. debieron asediar sus
castros fortificados con grandes contingentes humanos y numerosa maquinaria.
Una táctica similar a la de los vacceos,
que ocupaban la cuenca media del Duero: protegidos detrás de las murallas de
sus oppida, lanzaron operaciones de hostigamiento con su nutrida
caballería contra las líneas de suministro enemigas. No obstante, la relación
entre ambos mundos no solo fue de enfrentamiento: los hispanos también lucharon
y murieron por los intereses de Roma —y otras potencias mediterráneas— desde el siglo
III a.C. hasta la disolución del Imperio de Occidente.
Los
conflictos armados fueron el eje vertebrador del mosaico de sociedades y pueblos con
prácticas militares diversas que
caracterizó la Península Ibérica en las centurias inmediatamente anteriores al
cambio de era. Una aproximación actualizada y de gran interés general para
derribar los tópicos más enraizados es lo que propone Guerreros de la antigua Iberia, una obra colectiva que reúne los artículos de
algunos de los grandes especialistas en la materia y que se enmarca en la
colección Cuadernos
de Historia Militar, editada por Desperta Ferro.
"Como enemigos,
aliados o súbditos, los hispanos marcaron los usos, tácticas y panoplia
de los ejércitos romanos pero,
sobre todo, contribuyeron con su sudor y su sangre a las derrotas y triunfos de
los mismos y, por lo tanto, a las consecuencias históricas de sus operaciones a
lo largo y ancho del mundo antiguo", resume David Soria, doctor en Historia Antigua por la Universidad de
Murcia y que analiza en su estudio el papel de los auxiliares hispanos en los contingentes
de Roma, no integrando exclusivamente las
legiones en época altoimperial. En las campañas que desembocaron en el sitio de
Numancia (133 a.C.), estos efectivos llegaron a componer casi la mitad de las
tropas de Publio
Cornelio Escipión Emiliano. Las alianzas se
remontaron a antes de la conquista.
Armas copiadas
La obra está divida en
once capítulos que radiografían las distintas comunidades de la antigua Iberia
y su panoplia. De los íberos, con su característica falcata, el
catedrático Fernando
Quesada Sanz destaca que su forma tradicional
de guerrear consistía en presentar batalla en campo
abierto y era similar a la practicada en buena parte del
Mediterráneo. No fueron derrotados por contar con un armamento inferior, sino
por "el manejo táctico (in)eficaz de ejércitos que ya superaban en
ocasiones los 20.000 hombres, la menor disciplina,
la ausencia de mandos intermedios, etc.; aspectos en que los romanos de fines
de la guerra de Aníbal eran ya maestros".
Los celtíberos, bautizados por el historiador Floro como el
"vigor de Hispania", tampoco esquivaron las batallas campales. Fueron
auténticos amantes de las espadas. "Diseñaron una gran variedad de
formatos funcionalmente impecables además de estéticamente preciosos y de una
factura tecnológica excepcional", escriben los historiadores Alberto Pérez Rubio y Gustavo García Jiménez. De hecho, los legionarios convirtieron el gladii hispanienses en su mortífera espada y copiaron el puñal
celtíbero.
Ambos investigadores
analizan también el "salvaje oeste" de vacceos —una sociedad peculiar
con "alergia" a las espadas que optó por los puñales
ornamentados de tipo Monte Bernorio—, vettones —cuya panoplia fue un "imán" de
influjos foráneos sin parangón— y lusitanos, con mayor misterio en cuanto a sus
armas ante la escasez de registro arqueológico.
Gran belicosidad y
resistencia manifestaron astures y cántabros, como refleja el estudio del
arqueólogo Eduardo
Peralta Labrador, gran investigador de las guerras cántabras.
Desafiaron a las legiones de Augusto en campo abierto a través de una "guerra de terreno" en la que se aprovecharon de su movilidad y
armas arrojadizas y resistieron hasta la muerte —o el suicidio— en sus
poblados fortificados. Su mentalidad guerrera y aguante lo corroboran el
despliegue militar que Roma tuvo que efectuar para someterlos.
A los galaicos, según Francisco Javier González García, no se les puede caracterizar como pacíficos grupos
de agricultores, imagen desarrollada en la segunda mitad del siglo pasado. Por
el contrario, la guerra "fue una práctica común, frecuente y generalizada
entre las poblaciones prerromanas del noroeste peninsular; una actividad
importante para la reafirmación de la cohesión comunitaria frente a los grupos
vecinos, capaz de otorgar riqueza y prestigio a sus practicantes y fundamental
en los procesos de configuración social vividos por las comunidades galaicas durante
la Edad del Hierro". Si estos destacaron por enfrentamientos de emboscadas, a los habitantes de las actuales islas Baleares se
los rifaron Roma y Cartago por su pericia con las hondas.
"Superados
ciertos complejos de dependencia e inferioridad en los análisis, el modelo
emergente de la guerra en la Península, y especialmente en el mundo ibérico,
muestra una
organización militar perfectamente estructurada que define un sistema avanzado en el que
unidades diferenciadas por el tipo de armamento que portan y el papel que
desempeñan en el combate (caballería pesada, caballería ligera, infantería
pesada, infantería ligera y auxiliares), se estructuran en función de los
sistemas políticos y territoriales y no solo en base a vinculaciones tribales o
de dependencia personal", cierra el catedrático de Prehistoria Francisco Gracia Alonso. La guerra en Iberia, un arte mucho más complejos que
las simples razias de guerrilleros.
Fuente: https://www.elespanol.com/cultura/historia
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