Las 80 joyas romanas inéditas que desvelan la moda y las supersticiones de la antigua Mérida
En un primer momento, los emperadores romanos se arrogaron la potestad de otorgar los anillos de oro en base al privilegio social. Luego cedieron según el estatus económico hasta que al final permitieron su uso a todos los ciudadanos libres. En Emerita Augusta se han recuperado valiosas alhajas con piedras sobre las que se grabó una cabeza de Atenea o un perro corriendo, y alguna incluso con forma de serpiente, símbolo de la vida y la muerte, la eternidad, la fertilidad, la fecundidad y la fidelidad conyugal.
Amuletos y pinturas
Según el escritor Plinio el Viejo, los objetos de oro destinados a los niños prevenían contra maleficios y venenos. Por eso en un depósito funerario fechado entre finales del siglo II y principios del III y plagado de amuletos infantiles se desenterró un anillo con una inscripción: las letras VT F, vt(ere) f(elix) ("úsalo feliz"). Es decir, se deseaba felicidad al dueño de la joya allá a donde fuese. Los padres pobres que se veían en la encrucijada de enterrar a sus hijos debían buscar materiales menos lujosos, como el bronce: en el área suburbana del circo se descubrió un enterramiento infantil de la primera mitad del siglo I en el que se había depositado una luna de bronce. Una protección menos ostentosa, pero igual de sentida.
Pendientes que suenan (crotalia). |
A los niños varones, como amuleto, sus padres también les entregaban bullae (en latín, gota de agua), unos colgantes que debían llevar hasta la mayoría de edad; mientras que a las niñas, por ejemplo, se les regalaban medias lunas de plata —la Luna se relacionaba con la fertilidad y la sanación—, que colgadas al cuello hasta el día de su boda actuaban como rechazo al mal de ojo o fascinum. Curiosamente, estas piezas empezaron a ser utilizadas a partir del siglo I por los soldados, dispuestos a agarrarse a cualquier esperanza sobrenatural en momentos de incertidumbre y temor.
Oro, plata, ámbar, azabache, gemas, hierro, bronce, pastas vítreas, esmeralda... Esos fueron los materiales que compusieron la panoplia del adorno de los antiguos romanos y que encuentran su reflejo en la fascinante Mérida. Fue, además, una moda permeable a otras culturas y civilizaciones, como la egipcia y sus dioses, y que se transformó con el paso del tiempo hacia un estilo mucho más fashion gracias a los lujos que entraron en la Urbs como parte de los botines de guerra. Tradición vs modernidad. Y así hasta que el cristianismo censuró todos los objetos que tuviesen que ver con los cultos paganos.
Un último apartado atractivo de El brillo de la apariencia lo conforman los ejemplos referentes a la arquitectura romana. Tradicionalmente se asocia el mármol con el blanco, pero en Emerita Augusta se emplearon otros mármoles de colores, procedentes de Oriente, para embellecer los suelos de la curia o del foro de la colonia y también como propaganda imperial.
Norbana Severa, la mujer del ostentoso ajuar de joyas de oro, probablemente fuese muy rica, pero no ha sobrevivido ningún vestigio material que describa cómo era. Es lo contrario a lo que sucede con María Voconio, cuyas cenizas se depositaron en una urna de cerámica a principios del siglo II, en el interior de los columbarios, el edificio funerario de su familia. De esta romana se pintó un retrato sobre un mural que la dibuja de pie, vestida con túnica y manto, con la misma postura y gesto que las esculturas de mármol de las mujeres con una elevada posición económica y social. Su lujoso collar, lejos de brillar, ha sido deslucido por el paso del tiempo.
A partir del siglo II, los romanos engastaron las monedas en oro como a las gemas, convirtiéndolas en joyas, moda que se extendió durante todo el siglo III y IV. |
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