Hay un romance que cuenta las desdichas de una mora,que prendada de un cristiano vaga con su corazón en pena.
Un amor que es imposible y que al hechizo condena y que la tradición aún narra y que los viejos recuerdan.
Yo os lo presento y la cedo para el que leer lo quiera, pues se aprende de la letra. Que lo escrito, escrito queda.
Allá por el siglo XII
en estas sufridas tierras,
vivía la media luna
con la cruz y con la estrella:
Judíos, cristianos, moros,
todos cabían en ella,
y a la sombra del castillo
andaban por sus plazuelas,
bebían la misma agua,
hablaban la misma lengua,
cada uno, de los otros,
respetaba sus creencias.
Sucedió entonces que un joven,
cristiano para más señas,
cruzó su mirada leve
con una hermosa agarena.
Un chispazo se produce,
Cupido lanza sus flechas,
y los dos, enamorados,
sólo en abrazarse piensan.
Cuando se enteran los padres
de la agraciada doncella
ponen el grito en el cielo
para que Alá les proteja,
no permita que un cristiano
ponga sus ojos en ella,
que antes que verla con él
preferirán verla muerta.
La encierran bajo tres llaves
por ver si cambia de idea
pero el amor la consume
y languidece de pena.
Desesperado el cristiano
vaga por las callejuelas.
Todo Uclés oye su llanto,
pero nadie le consuela.
Una noche muy oscura
por las callejas desiertas
dos sombras salen del pueblo
con gran sigilo y cautela:
Son las de la joven mora
y una siniestra hechicera
a quien los padres han dicho
que su hija desaparezca.
La Puerta del Agua cruzan,
se dirigen a la cueva,
río arriba del Bedija,
junto a su margen izquierda.
Ya está allí la desdichada,
conjuros hace la vieja,
la mora desaparece,
por siempre encantada queda.
Sólo una vez cada año
saldrá de la oscura cueva
y entonces será posible
que ojos humanos la vean.
Rumores de viento y agua
con sus lamentos se mezclan.
Llora por su amor perdido,
llora como alma en pena.
A la orilla del camino,
sentada sobre una piedra,
con peines de oro y marfil
sus negros cabellos peina.
¿Espera volverlo a ver?
Eterna será su espera,
que hace siglos que murió
luchando en lejanas tierras.
Si algún caminante pasa
y quiere escuchar sus penas
le regala un peine de oro
haciéndole esta advertencia:
“Secreto debes guardar
de lo que te doy en prenda;
si no guardas el secreto
que el peine desaparezca”
Esta es la causa y no otra
de que peines no se vean,
que guardados los tendrá
quien guardar secretos sepa.
Ucleseños y foráneos
que conoceis la leyenda
contadla a los cuatro vientos
para que nunca se pierda.
Ucleseños y foráneos
que conoceis la leyenda
contadla a los cuatro vientos
para que nunca se pierda.
Rosario Bonaechea
Feb. 2001
Asociación cultural Urcela
Feb. 2001
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