In memoriam Pedro Morales Cuenca.


En la localidad conquense de Torrejoncillo del Rey, fue descubierta en el año 1955, por D. Pedro Morales, una cavidad revelada en sueños, como un lugar donde encontraría un singular tesoro escondido en un palacio de cristal.

Tres meses de intensos trabajos dieron como resultado el hallazgo de una cavidad subterránea que resultó ser una mina romana de lapis specularis, de la que no quedaba ni el recuerdo.

En la actualidad, gracias a la intervención de la asociación arqueológica: Cien mil pasos alrededor de Segóbriga y la diputación provincial de Cuenca, se ha convertido en lugar de obligada visita tanto por su interés histórico como cultural.

Si deseas saber más sobre esta historia, accede mediante este link

https://moraencantada.blogspot.com/2011/04/historia-de-un-sueno.html


lunes, 7 de diciembre de 2020

UN FIN PREDECIBLE EL DEL IMPERIO ROMANO


Ruinas del Foro romano.

Ruinas del foro romano


No fueron los invasores quienes produjeron la caída del Imperio en primera instancia, sino su tamaño. Y ese problema comportó otros que pueden sonarnos hoy en día

Roma había nacido como simple aldea hacia el siglo VIII a. C. Se impuso pronto sobre la región del Lacio. En cuestión de doscientos años, una revolución cercenaba su monarquía y se instauraba la República. Y los horizontes romanos siguieron creciendo. Una vez asegurada la gran cuenca del Mediterráneo, las legiones se adentraron en Europa hasta llegar a la Galia.

El sistema republicano empezó a mostrarse ineficaz para gobernar un territorio tan dilatado. A Roma le convenía un régimen férreo y expeditivo, necesitaba fronteras fuertes, puesto que las anexiones no dejaban de sucederse. Así, a finales del siglo I a. C., aquella república se convirtió en imperio. Y desarrolló los factores que propiciarían su caída.

1 | Gigantismo

El siglo de oro de la Roma imperial fue el II d. C. Trajano se colgó las últimas medallas de conquista: la Dacia, Armenia, Mesopotamia, el reino de los nabateos. Pero el Imperio empezó a flaquear nada más rozar su auge. Volaba sobrecargado. El Ejército suponía demasiado peso. Repartido por el mundo, bastante difícil era controlarlo para que a su vez controlara unas fronteras sobredimensionadas. Poder pagarle se convertiría en un asunto todavía más complejo.

Estatua del emperador Trajano, realizada en bronce, que se encuentra en Ancona.

Estatua del emperador Trajano, realizada en bronce, que se encuentra en Ancona.

 Dominio público

Adriano, el césar siguiente, se dio cuenta de la paradoja. Roma no podía continuar creciendo. Adriano interrumpió la expansión y fortificó algunas fronteras. Pretendía que el coloso heredado permaneciera en paz.

2 | El gasto militar

Pese a las buenas intenciones de Adriano, la conversión de Roma en una potencia no ofensiva tendría consecuencias funestas. Porque detuvo el flujo de los ingresos de conquista: los botines de guerra, los tributos, los prisioneros esclavizados y las tierras arrebatadas, sustanciales para recompensar a los legionarios veteranos.

Pero las fuerzas armadas desplegadas a lo largo de las fronteras debían seguir siendo mantenidas. La combinación de un gasto ingente y una ganancia nula arrojó un resultado lógico: las arcas imperiales se resentían. Este sería un agente determinante en la decadencia del Imperio

El sucesor de Adriano todavía lideró una Roma opulenta y más o menos estable. Pero al césar siguiente, Marco Aureliole tocó contener durante años las acometidas exteriores contra las fronteras germánicas.

Empezó a revelarse que el Imperio se estaba colocando a la defensiva. Emprendía campañas solo para sobrevivir. Aunque todavía conservaba casi indemne su territorio, los esfuerzos bélicos y los económicos pronto iban a pasar factura.

3 | La inflación

A finales del siglo II, Cómodo pagó los primeros embates del descalabro económico. Devaluó la moneda y gravó artículos de primera necesidad, pero solo alimentó la debacle. Prueba de ello fue su propio asesinato, tras décadas sin magnicidios.

Busto de Cómodo como Hércules.

Busto de Cómodo como Hércules.

 Dominio público

La siguiente dinastía, la de los Severos, supuso un anticipo del naufragio que se avecinaba. El Ejército alcanzó un peso político desconocido. Arreciaron los conflictos renanos y danubianos y se agudizó la inflación. Caracalla atacó el reto económico en dos frentes: el monetario, a través de la depreciación, y el fiscal, mediante una ampliación masiva del derecho de ciudadanía. Ninguno logró poner coto al proceso inflacionista, ya desbocado.

El último Severo pereció a manos de las tropas estacionadas en el Rin justo cuando intentaba reducir el gasto de las legiones. El poder del Ejército, la presión foránea y los avatares económicos parecían haberse confabulado para debilitar el régimen imperial.

4 | Caos político

La muerte del último Severo abrió la caja de los truenos. Acentuó los problemas existentes y materializó los latentes al desencadenar el caos durante medio siglo. En esos cincuenta años desfilarían por el trono 25 césares, algunos simultáneos y todos impuestos y depuestos por las armas (solo uno murió por causas naturales). El período sería conocido como la anarquía militar.

Asfixiado por la autoridad fáctica de las legiones, el Senado quedó relegado al papel de comparsa política. La figura imperial se deslegitimó.

La Curia Iulia, edificio del Foro romano, donde solía reunirse el Senado.

La Curia Iulia, edificio del Foro romano donde solía reunirse el Senado.

 Terceros

5 | Invasiones

Mientras tanto, se agravó la cuestión fronteriza. La inestabilidad interna obligó a retirar tropas de las fronteras, que quedaron parcialmente desguarnecidas. A mediados del siglo III hubo una primera oleada de incursiones bárbaras, al hacerse patente la crisis romana.

Traspasadas las fronteras, fueron devastadas numerosas zonas del interior, de Hispania al mar Negro y de Galia al norte de África. Aureliano, último de los emperadores de la anarquía militar, logró frenar diversos intentos de secesión territorial, como el de las provincias galas o el del autoproclamado reino de Palmira. Tuvo que aceptar la pérdida de la Dacia (actual Rumanía) ante la magnitud de la avalancha germana.

La crisis no destruyó el Imperio, que fue enderezado a tiempo por las reformas de Diocleciano en los últimos decenios de aquel siglo. Sin embargo, el vendaval de la anarquía había borrado muchas señas de identidad del régimen imperial.

La economía regresó al autoabastecimiento y el trueque

6 | Fin del modelo urbano

Con el cese de las conquistas se desplomó la captación de esclavos, lo que condujo a un incremento de sueldos y precios. Volvía la inflación. Los sectores agrícola, industrial y comercial entraron en recesión. La economía regresó al autoabastecimiento y el trueque. Entraron en declive las clases medias, y como en la Roma imperial la aristocracia gozaba de exención fiscal, fueron ellas las que soportaron la carga contributiva. La brecha social se ampliaba.

Muchos pequeños propietarios buscaron amparo en los grandes terratenientes, que asumían sus obligaciones fiscales a cambio de que trabajaran la tierra. Nacía el colonato, una versión primitiva del arrendamiento vasallático que se impondría en la Edad Media. Las ciudades, además, perdían habitantes. Entraba en crisis el modelo romano de civilización.

La propia metrópolis, Roma, había padecido los efectos de la crisis. Las guarniciones de la anarquía militar nombraban un césar allá donde estaban acantonadas, así que otras ciudades comenzaron a disputarle a Roma el papel de sede única del poder.

Vista de Roma en época imperial (reconstrucción artística de Oreste Betti).

Vista de Roma en época imperial. Reconstrucción artística de Oreste Betti.

 Artgate Fondazione Cariplo / CC BY-SA 3.0

7 | Hacia el absolutismo

Diocleciano devolvió la tranquilidad al Imperio, pero fue a costa de rediseñarlo por completo. Su decisión más importante consistió en la creación de la tetrarquía, un sistema en que dos augustos, asistidos por dos césares, gobernaban los dos hemisferios en que se dividió el territorio.

Los soberanos cobraron un carácter teocrático inexistente hasta entonces. Se identificaba a los augustos con Júpiter y a los césares con Hércules. Era un intento de preservar la religión tradicional. Pero también una prueba de que quedaba atrás la era de los gobernantes senatoriales a favor de un nuevo tipo de dirigentes, de ideas absolutistas.

Para pacificar el Imperio, Diocleciano luchó contra los germanos en el Rin, los sármatas en el alto Danubio, los persas en Mesopotamia, los árabes en Siria y los mauros en África, además de sofocar una revuelta egipcia. Tras reforzar las fronteras, separó los poderes militares y civiles, foco de usurpaciones, y mejoró la seguridad, la fiscalidad, la justicia, el comercio y las comunicaciones.

Cabeza de Diocleciano.

Cabeza de Diocleciano.

 G.dallorto

Se optimizó la economía con un edicto de precios máximos y con el impuesto de capitación, una estimación anticipada de la capacidad productiva de cada región. Con todo, Diocleciano no lograría evitar que se extendiese la corrupción.

8 | Burocracia corrupta

El Ejército no quedó al margen de las medidas de Diocleciano. Dobló sus filas hasta rondar los 400.000 efectivos. Esta ampliación vino acompañada por otra en la trama administrativa. Si la gestión había sido responsabilidad de unos cuantos magistrados asistidos por libertos (esclavos liberados), ahora la maquinaria burocrática crecerá hasta dimensiones inusitadas. Como las fuerzas armadas, este ejército de burócratas consumirá fuertes sumas de dinero y con frecuencia desviará los recursos.

9 | La amenaza cristiana

Pese a resolver diversos problemas, Diocleciano actuó con torpeza frente a uno muy delicado: el cristiano. Persiguió este culto cuando ya se había adscrito a él una buena parte de sus súbditos. No era nuevo en Roma importar credos orientales, pero este no toleraba al resto de las confesiones. Eso atentaba contra el carácter integrador del Estado en materia cultural. De ahí que Diocleciano viera en su práctica un peligro de sedición.

Antorchas de Nerón (1877), pintura de Henryk Siemiradzki que representa la persecución de cristianos.

'Antorchas de Nerón', pintura de Henryk Siemiradzki de 1877 que representa la persecución de cristianos.

 Dominio público

Más astuto, o bien realmente devoto, Constantino solucionó el conflicto al legalizar el cristianismo a principios del siglo IV. Los cristianos pudieron profesar libremente sus creencias, pero introdujeron la intransigencia religiosa, un elemento que alteraba la idiosincrasia romana.

Otra medida de Constantino que modificó el Imperio fue el establecimiento de una nueva capital en Constantinopla. La vieja Roma perdió el escaso lustre que le quedaba.

10 | Dormir con el enemigo

Constantino también continuó a su manera las reformas. Culminó el sistema defensivo fronterizo, para lo cual decidiría incorporar al Ejército tropas extranjeras. Los conflictos internos se habían cobrado la vida de muchos de los soldados mejor entrenados. No quedó más remedio que abrir las puertas a un fenómeno que acabaría desvirtuando la esencia de esta institución, porque los bárbaros, de dudosa lealtad, llenaron las legiones.

Era un mecanismo para garantizar la no beligerancia de pueblos vecinos como los godos. Teodosio, que poco antes había convertido el cristianismo en la única religión estatal, tuvo que firmar con ellos un tratado que les permitía establecerse en el Imperio a cambio de apoyo militar. Les otorgaba en realidad una zona independiente dentro de las provincias. Fue el antecedente de otras concesiones y, con el tiempo, de los reinos bárbaros nacidos parasitariamente en territorio romano.
Teodosio ofrece una corona de laurel al vencedor, en la base de mármol del obelisco de Tutmosis III en el Hipódromo de Constantinopla.

Teodosio ofrece una corona de laurel al vencedor, en la base de mármol del obelisco de Tutmosis III en el Hipódromo de Constantinopla.

 CC BY-SA 3.0

A la muerte de Teodosio el Imperio fue escindido para siempre en Oriente y Occidente, liderados por sus hijos Arcadio y Honorio. Desde entonces, la parte occidental perdería un territorio tras otro hasta ser totalmente engullida por los bárbaros. Los gobernantes del Imperio de Occidente centraron sus esfuerzos en la defensa de la península itálica y la Galia, por lo que otros dominios se vieron abandonados a su suerte, como Hispania o Britania.

En todo caso, el Imperio guardaba muy poca semejanza con el creado por Augusto siglos antes. Incluso los hombres fuertes con que contaría en adelante, comandantes en jefe de soberanos débiles, eran de origen bárbaro. Como Estilicón, que sirvió a Honorio, o Aecio, el héroe en la lucha contra Atila y los hunos. O como el propio Odoacro, el hombre que depuso al último emperador de Occidente a finales del siglo V.



Este artículo se publicó en el número 445 de la revista Historia y Vida

jueves, 26 de noviembre de 2020

SOMOS ROMANOS (LIBRO)



Somos romanos

Sería fácil decir que desde pequeño me atraía Roma y que leía todo lo que sobre Roma caía en mis manos, desde ese primer Astérix (creo que era Astérix y el caldero) hasta la biografía de Michael Grant sobre Julio César, pero la verdad es que la civilización romana era sólo una más de entre las fascinantes historias del pasado que se abrían en los libros. En las estanterías de la librería del pasillo, al alcance de un niño con más curiosidad de la conveniente, en un mundo lleno de aventuras y descubrimientos podías encontrar todas las civilizaciones del pasado.

Pompeya y los calcos de los cadáveres sí me atrajeron desde que vi sus fotos, en Dioses, tumbas y sabios, de C.W. Ceram, que quizás fue el primer libro “gordo” que leí.  La huella en la lava que más me conmovió de Pompeya fue sin duda la del cadáver del perro retorcido alrededor del palo al que estaba atado. Sé que deberían haberme marcado o dado más pena las huellas de seres humanos como nosotros, pero a mí me daba una enorme tristeza la historia de ese pobre perro, atado eternamente a ese palo, olvidado por sus dueños o tal vez último superviviente de la familia que lo había adoptado…

De pequeño también tuve la suerte de estar en unas pequeñas excavaciones en una villa romana cerca de San Pedro de Alcántara, junto a Marbella. No se me ocurre mejor aventura para un chaval de siete u ocho años. Mis padres se hicieron amigos del arqueólogo, y el sitio, junto con una basílica paleo-cristiana, con enterramientos y todo, estaba prácticamente virgen. Cada día de ese verano, hoy difuminado por la memoria, aparecía un trozo de mosaico, el pozo bautismal, un esqueleto que había que desenterrar a pinceladas… En esa época Astérix y Tintín convivían ya en mis lecturas, junto con libros de arte y de aventuras. Soñaba con el Templo del Sol, con las momias de Rascar Capac y con el secreto de los cigarros del Faraón, y también con ir algún día a Egipto. Tal vez estudiar Historia y ser arqueólogo, descubrir la clave, o ser un reportero como Tintín, aunque yo siempre fui más Haddock.

Los años y el trabajo borraron algunos sueños, pero también trajeron nuevas lecturas. Con la edad me fui dando cuenta de que no siempre hay que excavar para encontrar claves y detalles que pasan desapercibidos para la mayoría de la gente. Se trata más de saber mirar, con los ojos “enseñados” por los libros, para desentrañar los rincones a los que se tiene la oportunidad de viajar. Mérida nos ofrece una pequeña Roma si sabemos mirarla. Segovia nos enseña los caminos del agua, Carranque, Italica, Segóbriga… yacimientos romanos en nuestra geografía los hay muchos y muy interesantes, pero lo curioso, cada vez más, era para mí buscar las diferencias y las similitudes entre el apogeo de la civilización romana y nuestra época sin tener que visitar un yacimiento, sino andando por la ciudad, por cualquier ciudad. Esa Roma que encontraba en cualquier parte, era menos académica y más entretenida, más popular. No era la Roma de los césares, sino más la de Marcial, el escritor satírico, un romano de Calatayud, con el que me encantaría irme de cañas.

Trabajé toda mi vida como publicista, muy lejos de esos sueños de aventura y arqueología, pero por lo menos tuve oportunidad de escribir, aunque fuera anuncios, y de vivir de lo que escribía. Con el tiempo, fui trabajando en ámbitos más cercanos a la cultura y produciendo exposiciones y otros proyectos muy alejados de Roma. Pero aunque yo no estuviera en Roma, Roma muchas veces estaba en mí.


Cualquiera que se haya enfrentado cara a cara con los retratos de “El Fayum” sabe que las diferencias entre esos romanos de Egipto y nosotros son nimias. Un día, en una exposición de retratos de esos parientes lejanos, casi me asusté. Nos parecemos demasiado. También cualquiera que haya pisado Pompeya siente que ha estado allí antes. Esa sensación de estar caminando por tu pueblo, el día después del fin del mundo, es demasiado común. Nos pasa a todos los que deambulamos alguna vez por las aceras de sus calles adoquinadas.

No todo era tan serio. Acumulando anécdotas e historias sobre conceptos romanos que están vigentes hoy, como el reciclaje del vidrio o el origen del rito de pasar a la novia en brazos a su casa, o los pasos de cebra, fui juntando en mi bagaje demasiadas curiosidades en las que la conclusión era que “lo romano” estaba mucho más presente en nuestro día a día de lo que había pensado. Los días de la semana: lunes por la luna, martes por Marte, miércoles por Mercurio, jueves por Jovis, Júpiter, viernes por Veneris, Venus, sábado por Saturno, como en el inglés Saturday, y domingo, el día del sol, dies solis, Sonntag o como lo llamamos actualmente, dies dominicus, el día del Señor. Estos nombres tan romanos, que seguimos utilizando en todo el mundo para llamar a nuestros días, son sólo un ejemplo nimio de lo romano que nos envuelve cada día, sin que nos demos cuenta.

Hace años tuve la suerte de comisariar sendas exposiciones sobre Pompeya, en Barcelona y en Madrid, y así investigar más sobre aspectos de la vida cotidiana en Roma. Cuanto más investigaba más similitudes hallaba, más me parecía que no nos dábamos cuenta de la cantidad de aspectos de nuestra vida que son muy romanos, demasiado romanos.

En 2014 tenía apuntadas ya demasiadas anécdotas romanas actuales y comencé a escribir lo que desde el principio se llamó Somos romanos, un libro donde analizar en quince capítulos quince aspectos de nuestra sociedad que demostraran que seguimos siendo romanos; desde el sexo hasta la religión, desde el ocio hasta el derecho o la cultura popular romana y actual, como llamar cyathos o chato a una medida de vino, una palabra griega y romana que evolucionó en nuestro idioma también como un verbo, chatear, que antes era irse de vinos y charla con los amigos y ahora es pasar tiempo en las redes sociales (y sin vino).

Una bibliografía creciente sobre la vida cotidiana en la antigua Roma, estudiar en la UNED (donde todavía sigo) y buscar en internet cada coma, fueron —en los ratos que podía dedicarle— las piezas con las que componía, poco a poco, letra a letra, Somos romanos. Pronto me di cuenta de que para hallar tesoros no hay que excavar en la tierra, sino muchas veces en los libros y en lo vivido. Así fui encontrando pequeñas joyas que completaban el retrato de lo poco que hemos cambiado, como cuando en un poema de Boecio, poeta romano del siglo V, encuentras la misma frase que en una canción de U2, cuando ambos ayer y hoy, dicen eso de que “el amor es la máxima ley” (canción “One”, de 1992). O cuando ves que Amiano Marcelino, autor del siglo IV, se queja de que “las calles están llenas de jóvenes (…), cantan hasta la madrugada y molestan a los vecinos”. Cuando San Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín, la Vulgata, dice que «a caballo regalado no le mires el dentado», es un viejo refrán. Ya en su época.

Hemos cambiado muy poco en dos mil años. Seguimos siendo romanos y en este libro están casi todas las claves para encontrar a Roma hoy, en cualquier paseo por cualquier ciudad, no sólo de España, sino también en la bien llamada Latinoamérica, donde los hispanos llevamos, entre otras cosas, el derecho romano, en el que todos somos iguales ante la ley, y el nombre de muchas ciudades romanas, como Toledo, Mérida, Medellín, León, Córdoba… Ciudades de un continente “latino” donde Roma llegó gracias a Hispania. 

RESUMEN DEL LIBRO

Somos romanos es un libro escrito en tono de comedia que nos muestra las muchísimas y sorprendentes similitudes existentes entre el mundo romano y el actual.

Desde el descanso dominical hasta el matrimonio pasando por el sexo, la política, el derecho y curiosidades como los SMS, el escribir en un muro como en Facebook, la siesta y los pasos de cebra, son algunos de los muchos temas que nos harán comprender que las cosas no han cambiado tanto durante los últimos 2.000 años. Y no hay que excavar en ruinas o viajar lejos. Desde cualquiera de nuestras ciudades, dando un paseo, podemos compararnos con la antigua Roma y ver lo poco que hemos cambiado.

Un libro capaz de atraer a todos, divertir a todos y entretener a todos, porque todos somos romanos. Juan Eslava Galán ha dicho: «El libro de Paco, Somos romanos, es un análisis lúcido sobre la romanidad en la que vivimos». 


TEST PARA SABER SI ERES ROMANO

¿Llamas a los días de la semana lunes, martes miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo?

¿Preferentemente te vas de vacaciones en julio o agosto?

¿Cruzas las calles por pasos de cebra?

¿Chateas habitualmente?

¿Te echas la siesta alguna vez?

¿Procuras reciclar vidrio?

¿Te gusta tomar el aperitivo en los bares?

¿Disfrutas del descanso dominical siempre que puedes?

¿Estás de acuerdo con que haya restricciones de tráfico en el centro de las ciudades?

¿Consideras que la educación debe ser mixta e igual para niños y niñas?

Si has contestado que sí a todas estas preguntas, es porque eres romano, más romano que el acueducto de Segovia. Las respuestas están todas en este libro, que no te puedes perder.



PACO ÁLVAREz

sábado, 14 de noviembre de 2020

MUNDUS PATET EL HALLOWEEN DE LA ANTIGUA ROMA

 LA FIESTA DE LOS MUERTOS ROMANA



Es bastante conocido que Halloween deriva de una antigua festividad celta, el Samhain, pero ese no es su único origen. La popular celebración toma elementos de diversas culturas europeas y tiene muchos paralelismos con una antigua tradición romana, el mundus patet, que al igual que el Samhain estaba ligado a la estación de la cosecha.

La expresión mundus patet significa “mundo abierto” y se refiere al Mundus Cereris, un edificio de piedra situado en el foro. Es una de las construcciones más antiguas de Roma y marcaba el centro exacto de la ciudad. Se creía que ese era el punto de conexión entre el mundo de los vivos y el de los muertos, por lo que la mayoría del tiempo su entrada permanecía sellada por una gran losa que solo se retiraba en tres ocasiones al año: el 24 de agosto, el 5 de octubre y el 8 de noviembre.

Las fechas no eran casuales, ya que coincidían con días dedicados a divinidades del inframundo. Aunque por regla general esa entrada debía estar cerrada, los romanos creían que en ciertas fechas señaladas se debía permitir a los manes (las almas de los ancestros) volver a la tierra para ganarse su favor, ya que estos protegían a la familia y garantizaban su prosperidad. Sin embargo, en dichas ocasiones los vivos debían ser muy cautelosos, ya que dicha puerta al inframundo estaba abierta y podían ser arrastrados a él.

Según Catón el Viejo, los días en los que el mundus estaba abierto (en latín, mundus patet), quedaban suspendidos todos los actos oficiales y cualquier actividad militar; las puertas de los templos debían permanecer cerradas; estaban prohibidos los matrimonios y mantener relaciones sexuales -aunque esto último era difícil de controlar, al menos los lupanares se cerraban-, ya que las almas de los muertos podían sentir envidia y arrastrar las mujeres a la muerte; y se debía evitar cualquier actividad que no fuera estrictamente necesaria.

LAS DIVINIDADES DEL INFRAMUNDO

El Mundus Cereris tenía una gran importancia simbólica para los romanos, ya que se consideraba el lugar exacto donde había nacido Roma. Según la leyenda Rómulo, el mítico fundador de la ciudad, lo había erigido para apaciguar el alma de su hermano Remo, al que había dado muerte; y lo había consagrado a Ceres, que era la diosa de la tierra y la agricultura pero también guardaba una estrecha relación con el inframundo.

Los romanos creían que, así como las plantas toman nutrientes de la tierra para crecer, también el mundo de los vivos necesitaba de una conexión con el inframundo para sobrevivir. Por una parte, había que honrar a los manes para que protegieran a sus descendientes; por otra, se debía venerar a las divinidades de la tierra (como Ceres, diosa de la agricultura, o Vulcano, dios de los volcanes) para que esta siguiera dando sus bendiciones y no ocurrieran desastres naturales.

De hecho el mundus patet formaba parte de un conjunto más amplio de celebraciones relacionadas con el inframundo. Los diversos autores romanos discrepan en muchos aspectos acerca de estos ritos, ya que se remontan a los primeros tiempos de la ciudad, posiblemente incluso antes de su fundación. Sus características apuntan a un probable origen etrusco y al ancestral culto mediterráneo a la Diosa Madre, de la cual deriva Ceres.

La concepción romana del mundo de los muertos y de las criaturas malignas que lo habitaban guarda muchas similitudes con Halloween. Así como los lares eran espíritus benévolos, existían también espíritus malvados, llamados larvae maniae: las fuentes romanas describen a los primeros como “espectros que se alimentan de la vida de los mortales”, mientras que los segundos tenían el aspecto de “horribles esqueletos que encienden la locura en los vivos”.

Estaban también los temidos lemuresalmas que no conseguían encontrar reposo a causa de su muerte violenta y seguían vagando por la tierra atormentando a los vivos. Su aspecto y comportamiento corresponde a lo que hoy llamaríamos fantasmas, pero también guardan similitudes con los vampiros ya que, al contrario que otros seres del inframundo, los lemures eran específicamente nocturnos y su propio nombre significa “espíritus de la noche”. Existía una fiesta dedicada específicamente a apaciguarlos, las Lemuralia, que tenía lugar los días 9, 11 y 13 de mayo.

Un caso especial ocurre con las brujas, que en la tradición cristiana han sido asociadas siempre al mal, mientras que en el mundo romano tenían una posición más ambivalente. Eran sacerdotisas iniciadas en los misterios de la magia, que podían usar igualmente para el bien o para el mal. La literatura da fe de que los romanos las temían por sus supuestos poderes y en particular por su conocimiento de la nigromancia, la magia de la muerte, con la que se creía que podían robar la vida de los recién nacidos (de ahí el tópico literario de que las brujas odian a los niños). Pero en ese miedo había también un cierto respeto por sus supuestos poderes de adivinación y mediación con los muertos y se creía que los regalos preparados por ellas, especialmente los dulces, ayudaban a apaciguar a los espíritus malvados para que dejaran en paz a los vivos: el famoso “truco o trato”.

Aunque la historiografia tiende a presentar a romanos y celtas como enemigos -y ciertamente lo fueron-, ambas culturas también influyeron una en la otra. Muchas de las tradiciones romanas más antiguas estaban vinculadas a la cosecha y al paso de las estaciones, puesto que mucho antes de convertirse en un imperio Roma fue un pueblo de agricultores y ganaderos igual que los celtas. Ambos compartían la convicción de que había que agradecer las bendiciones que les daba la tierra y compartirlas con los antepasados, permitiéndoles de vez en cuando regresar al mundo de los vivos y si era necesario, sobornarlos con algún dulce.


Fuente: https://historia.nationalgeographic.com.es/

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