In memoriam Pedro Morales Cuenca.


En la localidad conquense de Torrejoncillo del Rey, fue descubierta en el año 1955, por D. Pedro Morales, una cavidad revelada en sueños, como un lugar donde encontraría un singular tesoro escondido en un palacio de cristal.

Tres meses de intensos trabajos dieron como resultado el hallazgo de una cavidad subterránea que resultó ser una mina romana de lapis specularis, de la que no quedaba ni el recuerdo.

En la actualidad, gracias a la intervención de la asociación arqueológica: Cien mil pasos alrededor de Segóbriga y la diputación provincial de Cuenca, se ha convertido en lugar de obligada visita tanto por su interés histórico como cultural.

Si deseas saber más sobre esta historia, accede mediante este link

https://moraencantada.blogspot.com/2011/04/historia-de-un-sueno.html


sábado, 29 de agosto de 2020

ANTES DEL CRISTAL FUE EL LAPIS



Lapis specularis, el cristal de los romanos 




Este mineral fue conocido durante los dos primeros siglos del imperio romano como el Cristal de Hispania
En nuestra península tan sólo hay siete ciudades romanas que cuentan con un teatro, un anfiteatro y un circo, una de ellas es Segóbriga, ubicada en la provincia de Cuenca.
La razón por la que los descendientes de Rómulo y Remo le otorgaron esta excelencia gravitaba en torno a la existencia de unas minas próximas a la urbe, de las que se extraía el famoso lapis specularis.
El historiador Plinio señala en sus escritos que la riqueza de este mineral se encontraba no más allá de unos cien mil pasos –ciento cincuenta kilómetros- de la ciudad romana.
Se trata de un yeso selenítico que tiene la peculiaridad de presentarse en forma de placas translúcidas que se pueden cortar mediante una sencilla manipulación. Los cortadores de piedra (lapidarii), con la ayuda de un serrucho, eran capaces de exfoliarlo en planos naturales que, después de un sencillo tratamiento, se podían utilizar para construir ventanales, celosías y vidrieras.

Acristalamiento romano

El lapis specularis también se conoce como espejuelo porque cuando la luz natural incide sobre él se produce un brillo que recuerda a un espejo.
Esta característica mística, casi mágica, fue clave para iluminar y engalanar domus, edificios públicos y templos romanos. No hay que olvidar que las casas de aquella época tenían amplios patios interiores, que servían tanto para airear las dependencias como para iluminar las estancias, y unas ventanas exteriores muy pequeñas por donde apenas entraba la luz solar.


A la propiedad lumínica del yeso se añadían otras singularidades atractivas, como por ejemplo que es un buen aislante térmico y acústico, así como una resistencia superior a la del vidrio.

De Segóbriga a todo el orbe romano

El lapis specularis se encuentra bajo tierra encajonado en la piedra, por lo que hay que extraerlo y separarlo de ella, en su mayor parte en una piedra fósil que forma un bloque compacto.
Los bloques obtenidos en Segóbriga se cortaban, se separaban en láminas y se embalaban para ser transportados hasta Carthago-Nova por la vía Spartaria. Desde allí se trasladaban en naves mercantes y barcos lapidarios –que eran más lentos pero con mayor capacidad de carga- hasta todos los puertos del Imperio.
Una vez que llegaban a su destino las láminas se montaban en bastidores ajustables al tamaño de los vanos de las edificaciones. Los armazones eran habitualmente de madera, aunque también los había de cerámica y metal.
De esta forma, las minas de lapis specularis se convirtieron en un importante centro de control económico. Por este motivo no puede sorprendernos que las legiones romanas vigilasen con celo las minas conquenses.
Se cuenta que Tiberio, el segundo de los Césares, se hizo construir un invernadero con lapis specularis en la isla de Capri, para cultivar su cucurbitácea favorita, el pepino. Y es que al parecer no había ningún día del año en el que este alimento no estuviese presente en la mesa imperial.
Pero todo tiene su fin. El ocaso de este mineral llegó a finales del siglo II d. de C, cuando se consiguió fabricar un vidrio más barato que, a pesar de ser de peor calidad, derrumbó el negocio de las minas, las cuales terminaron siendo abandonadas.


lunes, 24 de agosto de 2020

PROYECTO DEL CERRO DE LA MUELA DEL PULPÓN

El vidrio acabó con el coloso romano

Los expertos determinan por qué Roma levantó y abandonó un gigantesco edificio en un municipio de Cuenca relacionado con la extracción de ‘lapis specularis’




Fue el humilde y frágil vidrio el que provocó el derrumbe del coloso de cemento –de casi 7.000 metros cuadrados de superficie- que se alzaba en lo que hoy es el Cerro de La Muela, un altozano del término municipal de Carrascosa del Campo (Cuenca). Se trataba de un edificio de más de 90 metros de largo, de dos o tres plantas, y en cuyas esquinas se levantaban torres cuadradas de mayor altura aún. Fue uno de los mayores jamás construidos por los romanos en Hispania y sus restos fueron estudiados por la Universidad de Guelph (Canadá) en los años 70 del siglo pasado. Ahora, un informe arqueológico sobre las últimas investigaciones realizadas por expertos españoles da una posible respuesta a su enigmático uso y sobre el que se lleva décadas especulando.

Se pensó que era una fortaleza militar al estilo de las levantadas por Roma a orillas del Danubio para detener a los bárbaros, ya que los muros de las torres tienen hasta 1,20 metros de anchura. Sin embargo, el estudio firmado por Dionisio Urbina y Catalina Urquijo señala que se trataba de un gigantesco almacén donde se guardaban los alimentos (cereales) y las herramientas que necesitaban los miles de esclavos que extraían el valioso lapis specularis o espejuelo (un yeso traslúcido que hizo las funciones del cristal hasta que este se descubrió en el siglo II d.C.), además de la impedimenta de los soldados que se ocupaban de evitar las revueltas de los desdichados que trabajaban en las oscuras y estrechísimas galerías mineras.

En 1973, después de tres campañas, el arqueólogo canadiense M. Sadek abandonó la excavación. Se ha tardado más de cuatro décadas en retomar las investigaciones “con medios modernos para descubrir los motivos que llevaron a la construcción de un edificio tan excepcional y en el contexto histórico en el que se realizó”, indica el informe sobre esta mole de cemento, que dejó de tener su utilidad primigenia en el siglo II y que fue levantada un centenar de años antes, en los tiempos del emperador Augusto.

Al edificio, dada su importancia, le creció alrededor un poblado de unas 15 hectáreas, lo que los expertos denominan vicus. Fue construido en hormigón encofrado, de hecho todavía son visibles en las paredes que quedan las marcas de madera de los cajones donde se vertía el mortero. Aún se ignora su altura, pero quedan en pie muros de hasta 3,5 metros, con casi 40 de longitud. Visto desde el aire, semeja un castillo o fortaleza casi cuadrada. Este tipo de perfil es conocido en el mundo romano en los fuertes que defendían las fronteras del Imperio, tanto al Norte, junto al río Danubio, como en el Norte de África y Medio Oriente, pero no en la península Ibérica, explica el informe.
Las investigaciones se centraron en un primer momento en el ala este, donde se hallaron tres filas de pilares formados por sillares de arenisca, algunos de 6,5 metros de altura, que seguían un patrón cuadriculado y simétrico. Se calcula que su peso supera el medio millón de kilogramos. “Tal volumen obligó a los expertos a pensar en la existencia de unas canteras no demasiado alejadas. Estaban a unos 2,5 kilómetros, con sus marcas de cortes. Los romanos necesitaron excavar más de una hectárea de roca para conseguir el material. También hallamos las huellas de los carros que transportaba el espejuelo y el posible camino que partía hacia el cerro de La Muela”, afirma Urbina.
El gran edificio tuvo cuatro alas formadas por naves de 12 metros de ancho. En el centro se abría un gran patio central. Cuando dejó de cumplir su función fue utilizado como cantera y sobre sus pilares se levantaron habitaciones. Se han encontrado piezas de bronce, hierro, plomo hueso, gran cantidad de monedas, placas y fíbulas de bronce, numerosos clavos y restos de herramientas, entre ellas podones, hoces, un pequeño serrucho y un cuchillo con forma triangular. Además, se han desenterrado agujas de hueso para sujetar el peinado, fragmentos de vasijas de vidrio, tinajas, vasijas comunes, cántaros, botellas, ollas de cocina, cuencos, platos fuentes de terra sigillata, la cerámica fina de mesa que empleaban los romanos, y hasta las tachuelas de las sandalias de los soldados.
Las paredes fueron recubiertas con mortero de yeso y estuco con zócalos en rojo y los suelos con opus spicatum (pequeños ladrillos colocados verticalmente en espiguilla) y mosaicos.
Dada la gran extensión del yacimiento, del que se ha excavado una pequeña parte, los expertos quieren realizar una prospección geofísica, lo que les permitiría saber con exactitud la planta completa del edificio y descubrir más secretos ocultos entres sus piedras.
Arqueólogos trabajando en 2014 en el yacimiento de La Muela.

El enorme valor que los romanos daban al 'lapis specularis' provocó que buscaran por todo el imperio minas de este material. El escritor romano Plinio El Viejo ya advertía de que los mayores y mejores yacimientos se hallaban alrededor de Segóbriga, ciudad de unos 15.000 habitantes que contaba con numerosos edificios públicos: teatro anfiteatro, circo. Los expertos creen que algunas de esas grandes edificaciones fueron pagadas con los beneficios de las minas que rodeaban la población. Dionisio Urbina lo explica: “Se sabe que en el mundo romano tales construcciones fueron financiadas por miembros de la aristocracia local, formada por ricos terratenientes y empresarios. Hemos conocido el nombre de una de estas personas adineradas, como Spantamicus, un noble indígena que pagó por un nuevo pavimento del foro, o Manio Octavio Novato, que abonó la construcción del teatro”. Cada complejo minero -había unos 50 alrededor de Segóbriga- estaba formado por múltiples galerías, algunas de ellas de kilómetros. “Eran pasillos estrechos a diferentes niveles que necesitaban lucernarios para el aire y la luz. El material se trabajaba en los alrededores de la mina, se cortaba en placas y se trasladaba en carros. La vía que unía las ciudades romanas de Ercavica y Segóbriga sirvió de arteria para el transporte”, recuerda Urbina. Finalmente, desde allí los convoyes con el material partían hacia Cartago Nova (Cartagena), donde aguardaban las naves que acarrearían el espejuelo hacia Roma.

Fuente:





jueves, 20 de agosto de 2020

GR 163 LA RUTA DEL CRISTAL DE HISPANIA





La provincia de Cuenca dispone de un nuevo sendero de Gran Recorrido, GR 163 Ruta del Cristal de Hispania, que cruza sus bellos y cambiantes paisajes de Norte a Sur, recorriendo las comarcas de la Alcarria, la Mancha Alta y la Mancha Baja.
Recorrer los más de 163 km que atraviesan los extensos valles alcarreños y cruzar las enormes llanuras manchegas es un placer. En el camino se podrá aproximar a las pequeñas localidades que atesoran una rica e interesante cultura, localidades que en su día estuvieron unidas por la importante ruta romana que llevaba el espejuelo o lapis specularis (el de mejor calidad y producción) a distintos puntos del Imperio Romano y que este sendero reproduce en su trazado.
Bellos y desconocidos lugares donde disfrutar de paisaje, cultura y tradición minera que se remonta a época romana y se extiende de norte a sur. La vía comercial abierta daba servicio a minas y complejos mineros, asentamientos militares y poblaciones, hasta conducir el mineral extraído al puerto de Cartagonova.
De Ercávica a San Clemente se podrá seguir el rastro del lapis specularis que se explotó durante los siglos I y II d.C. para la elaboración de ventanas y vidrieras romanas.
El itinerario propuesto discurre por las localidades de Cañaveruelas, Villalba del Rey, Portalrubio de Guadamejud, Moncalvillo de Huete, Huete, Loranca del Campo, Carrascosa del Campo, Olmedilla del Campo, Villas Viejas, El Hito, Villarejo de Fuentes, Villar de Cañas, Alconchel de la Estrella, Villalgordo del Marquesado, Villar de la Encina, Pinarejo, Santa María del Campo Rus y, finalmente, San Clemente.
Sin duda un trazado que merece la pena ser recorrido, apto para senderimo, BTT o caballo. Poblaciones y yacimientos, o cuevas como las de Sanabrio (Saceda del Río, Huete), la Mora Encantada (Torrejoncillo del Rey), Las Obradás (Osa de la Vega) o Pozolacueva (Torralba) nos aguardan en el camino.



El camino arranca de un convenio que se firmó en 2006 entre tres grupos de desarrollo rural de las comarcas de La AlcarriaLa Mancha Alta y La Mancha Baja cuyo propósito era dar a conocer y promocionar el gran patrimonio minero de la época romana que se extiende de norte a sur por una franja de unos 120 kilómetros a lo largo de estas comarcas. El proyecto recibió el nombre de Cristal de Hispania en referencia al lapis specularis.

 
Una vez inventariadas y catalogadas todas las minas y los yacimientos arqueológicos romanos asociados (ciudades, poblados mineros, calzadas, etcétera) se procedió a trazar un itinerario senderista y cicloturista que fue bautizado con el nombre del programa. El resultado es una ruta de 163 kilómetros que tiene su extremo norte en las ruinas de la ciudad hispanorromana de Ercávica, en una colina a la orilla del embalse de Buendía, y su extremo sur en la localidad manchega de San Clemente. Entre medias quedan poblaciones de gran interés como Huete. El itinerario fue homologado como sendero de gran recorrido por la Federación de montaña castellano manchega e incluido en el Catálogo Estatal con el número 163.

Bien señalizada

La ruta está muy bien señalizada tanto para caminantes como para cicloturistas, y discurre casi siempre por pistas agrícolas y caminos anchos muy cómodos, salvo si ha llovido mucho en los últimos días. Entonces, los caminos se convierten en verdaderas trampas de barro. La ruta pasa por una decena de pueblos, pero algunos de ellos por no tener no tienen ni un triste bar. Esta circunstancia hay que tenerla en cuenta a la hora de organizarse.




Salvo los primeros kilómetros, que transcurren por colinas y barrancos, el resto del camino atraviesa un paisaje típicamente manchego: llanuras cerealistas que se pierden en el horizonte y campos desiertos donde sólo se oye el viento, los pájaros y el lejano motor de algún tractor faenando. De vez en cuando una alameda quiebra la llanura y ofrece sombra al caminante. Por este motivo, la mejor (o quizá única) época para hacer este viaje es en primavera, cuando el sol no es todavía un castigo y los campos de trigo y cebada se mueven en oleadas movidos por el viento. En ese tiempo, el camino es una verdadera delicia




Itinerario:

Ercávica - Villalba del Rey - Moncalvillo de Huete - Huete - Carrascosa del Campo - Villas Viejas - Villarejo de Fuentes - Alconchel de la Estrella - Villar de la Encina - Santa María del Campo Rus - San Clemente.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...